Con esperanza
Nuevamente el caso del PadreKaradima salta a la prensa. Es bueno quizá recordar algunos puntos. Por de pronto, es importante tomar conciencia de que las denuncias vienen de personas...
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Padre Hugo Tagle
Nuevamente el caso del PadreKaradima salta a la prensa. Es bueno quizá recordar algunos puntos. Por de pronto, es importante tomar conciencia de que las denuncias vienen de personas que han sufrido un delito gravísimo. Así lo ha manifestado la Santa Sede en su sentencia de hace casi dos meses, a la cual se le ha dado cumplimiento por parte de la Iglesia local. Cabe esperar ahora las buenas diligencias de la justicia civil que irá investigando de acuerdo a su procedimiento. El perdón expresado por Mons. Ezzati a los denunciantes tras un encuentro con ellos da muestra de una voluntad de reparación y solidaridad. El mismo Arzobispo ha llamado a colaborar en conciencia con la justicia ordinaria en esta etapa. Las terribles vivencias de las víctimas, sin embargo, no las autorizan a dejarse llevar por sus heridas injuriando a otras personas. Juicios exagerados llevan a afirmaciones temerarias, como algunas realizadas en televisión. Estas mismas desvían nuestra atención de lo realmente importante: la clarificación de los hechos y la iluminación de la verdad, por lo que la prudencia y ponderación se hacen muy necesarias.
Benedicto XVI y con él la Iglesia chilena están empeñados en un proceso de transparencia, mejor formación del clero y de los laicos, más justicia y más humildad, valores todos que hacen de la Iglesia y toda comunidad un lugar digno para el hombre, donde pueda desarrollarse con confianza. Todo este dolor debe llevar a una profunda conversión y mejoramiento en la convivencia y en el trato mutuo, de respeto y confianza.
Los aciertos y errores de la Iglesia en éste y otros casos se han reconocido oportuna y públicamente. No es fácil la acción eclesial en puntos similares, en que hay que respetar y considerar las peticiones de reserva y sigilo de los mismos denunciantes. Eso ralentiza los procesos y dificulta no pocas veces su investigación. Ésta no fue la excepción. Pero, finalmente, la Iglesia ha tomado la decisión que considero justa, por dura y dolorosa que resulte, ajustada a los hechos, y de la que sacaremos lecciones para otros casos que, esperamos, no se repitan más.
Bien aprovechada, etapa de dolor será fuente de purificación y verdad y nos permitirá crecer en humanidad, respeto y servicio a todos los hombres. Cada uno puede hacer mucho en ese sentido: ser prudentes en su actuar, advertir ante actitudes impropias, sobre todo a personas que trabajen con niños y jóvenes. Una llamada de atención a tiempo, pueden salvar la honra de una persona y evitar males mayores.
La Iglesia saldrá fortalecida de esto. Luego de la tormenta surge la esperanza. La misma que brota de Cristo y del servicio desinteresado de miles de religiosos, sacerdotes y laicos que, diaria y silenciosamente, dan su vida por otros, especialmente los más pobres, enfermos y desamparados.