Confianzas heridas
Las denuncias contra sacerdotes y religiosos y, con ello, el cuestionamiento a instituciones educaciones de Iglesia ha puesto en el banquillo de los acusados algo central en el trato humano: la confianza.
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Padre Hugo Tagle
Las denuncias contra sacerdotes y religiosos y, con ello, el cuestionamiento a instituciones educaciones de Iglesia ha puesto en el banquillo de los acusados algo central en el trato humano: la confianza.
Sin confianza, toda relación humana se destruye. No se compra ni se vende. No es objeto de regulaciones, letras chicas o negociaciones. Se gana o se pierde. Es un valor extraordinariamente frágil: se conquista a pulso y, lamentablemente, lo que se obtuvo a punta de sudor se puede perder en un segundo: un mal gesto, una cara agria, una palabra descortés, pueden echar por tierra años de relación amistosa y confiada. Por lo mismo, hay que revisarla y renovarla constantemente a través de gestos positivos y signos concretos de amistad y benevolencia. Como el pan, se puede añejar y perder su consistencia. Es tarea de todos los días el fortalecerla, cuidando que se mantenga lozana y fresca.
Confiar en todos puede resultar insensato; pero no confiar en nadie es torpeza. El desconfiado pierde mucho. Vive entre temores, recelos, amargura. La desconfianza hacia otros, se vuelve finalmente contra uno mismo. Aquello que reprocho en otros, bien me lo pueden reprochar a mí. Si debemos desconfiar de alguien, que sea de uno mismo.
Lo propio humano es confiar. Un grupo humano, una persona que siembra desconfianzas, termina enferma, hastiada de sí misma, mirando de reojo incluso a sus seres queridos. Me decía un papá que a sus hijos los puso en “alerta” ante este mundo “plagado de pedófilos”. Lo estoy viendo, con ojos enrojecidos de rabia y “santa justicia”. Y no sólo curas, sino también profesores y padres de amigos. Me dio pena. Pensaba en sus hijos, que crecerán mirando de soslayo a quien se ponga por delante, viendo demonios en cada esquina, sembrando desconfianza en otros y, finalmente, desconfiando de quien les sembró ese recelo en el corazón.
Confiar es un riego. Pero un riesgo que nos vuelve humanos y que nos lleva a sacar lo mejor de nosotros mismos.
Así y todo, hay que atender a condiciones básicas que la fortalezcan. Por de pronto, para quienes tienen trato con jóvenes y niños, es bueno dejarse evaluar cada cierto tiempo; preguntar cómo lo estoy haciendo, si se han escuchado quejas o reclamos. Ser cuidadoso en el trato, guardar una sana distancia, lo que traerá mayor libertad y mayor confianza. Su exceso -en el trato, vocabulario y gestos- finalmente hace que ésta se destruya. Ganamos la confianza de aquéllos en quienes ponemos la nuestra. Si pedimos confianza, también debemos darla.
Siempre es bueno trabajar en equipo. No se trata de controlarse sino de “chequearse”, revisarse y ayudarse en situaciones de duda. En fin, es objetivo de toda educación hacer crecer en el otro un corazón autónomo y libre, fruto de la misma confianza.