Respeto en tonos café oscuro
Nos preparábamos para los días de semana santa y la prensa nos bombardeó con varios hechos tragicos...
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Padre Hugo Tagle
Nos preparábamos para los días de semana santa y la prensa nos bombardeó con varios hechos tragicos: una madre embarazada apuñalada, dos carabineros muertos en forma violenta, aumento del bullying en los colegios. Quizá se trata de hechos aislados. Pero su acumulación enciende una luz de alarma y, lo peor, malacostumbran. Nuestra capacidad de asombro empieza a debilitarse de forma preocupante.
En efecto, nos estamos mal acostumbrando a la violencia. El caso Zamudio y lo que lo rodeó, con la virulencia de muchas expresiones y un aprovechamiento solapado de su muerte, hablan de malos hábitos comunitarios: la violencia es moneda de cambio, fuente de dimes y diretes, generadora de mayor violencia. Antes que una condena en sí del hecho, cada uno trata de sacar una tajada de lo escabroso que la prensa presenta.
Preocupa una cierta resignación ante ella. Se explica en parte por el crecimiento de las grandes ciudades, el hacinamiento, la falta de educación. Todo se conjuga. Como sea, nuestro trato cotidiano sufre golpes que terminan por debilitar las relaciones humanas.
Y podemos hacer mucho. Una queja recurrente en los ambientes laborales, luego del sueldo, es el trato. Por una cuota de respeto, estamos dispuestos a ceder en otras regalías. Resulta absurdo, pero pareciera que es un valor más que escaso, siendo que pertenece al ABC de las relaciones humanas. Si falta el respeto, ya falta todo.
Debemos volver a buscar los caminos de la cordialidad, el buen trato y la palabra ennaltecedora. El debate serio no es nuestro fuerte. Pasamos a descalificación, la ironía, el desdén, con mucha facilidad.
Casi habría que preguntar si cuando oigo al otro, realmente lo escucho. Si atiendo sus inquietudes, si busco ser empático o sólo tratar con los otros es un mero trámite. Nos entendemos casi en una relación de acreedor a deudor, donde el otro me debe algo; está llamado a satisfacer una demanda mía o a cubrir una deficiencia. Y esto, en todo: en el plano familiar, laboral, de amistad.
Se extraña la gratuidad en la relación, la que construye verdadera humanidad. En el otro hay un igual en dignidad, a quien debo aprecio y respeto por ser humano. Si a esto le inyectamos una mirada trascendente, crece esta convicción. Justamente la mirada cristiana cree en un Dios hecho hombre. Desde ahí, las diferencias, si las hubo, desaparecen completamente.
A respetar se aprende respetando. Luego, vendrá la exigencia. El primer paso lo da uno. Es tarea de todos los días y de revisión constante. Buen propósito para los próximos meses.