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Columnistas

Que no te mientan sobre los 30 años

EUGENIO TIRONI Sociólogo

Por: Equipo DF

Publicado: Martes 14 de octubre de 2025 a las 04:00 hrs.

Hablar bien de los 30 años, hasta no hace mucho, equivalía a exponerse al escarnio público. Era un tabú. Quien intentara matizar el juicio condenatorio sobre ese período era acusado de complicidad con sus abusos o de nostalgia por un pasado desigual.

Hoy asistimos al fenómeno inverso. Los críticos antaño más feroces hoy se reclaman como sus herederos. Los mismos que llamaban al desalojo de quienes entonces ocupaban La Moneda —acusándolos de someter al país a una interminable siesta— se disputan el mérito de haber sido sus artífices y se han convertido en sus más entusiastas reivindicadores. Otros, a quienes ya se había dado por retirados, vuelven a la foto como sus guardianes.

“El éxito de aquel período no fue producto de una fórmula política genial, sino del viento internacional que soplaba a favor”.

Una variopinta legión de viejos combatientes erige su legitimidad sobre la defensa de ese ciclo y acusa a las generaciones siguientes de haber abandonado la receta del éxito: el acuerdo entre dos grandes fuerzas políticas que, gracias a las magias del sistema binominal, pesaban institucionalmente lo mismo. Perdido ese equilibrio —dicen—, sobrevino el estancamiento y la ingobernabilidad.

Ese relato omite, sin embargo, un detalle esencial: el éxito de los “gloriosos 30 años” no dependió tanto de la genialidad de una generación política como de una ola global de paz, apertura y prosperidad sin precedentes. Fue la época dorada de la globalización: el comercio mundial crecía a doble dígito, la energía era barata, China se integraba al sistema, se inventaba internet y las democracias liberales parecían ofrecer un horizonte compartido de estabilidad y progreso.

Esa ola se apagó hace más de una década. Desde entonces, el mundo se volvió más incierto, más proteccionista y más violento. China ya no es el tigre de otrora. Estados Unidos se concentra en recuperar su poder. El comercio decae y la migración se desboca. La confianza en la democracia se erosiona. Pretender reconstruir el Chile de los ‘90 bajo este nuevo cielo es como intentar surfear sin ola: se puede agitar la tabla, pero no avanzar.

Por eso, que no te mientan sobre los 30 años. No fueron las virtudes cívicas de una generación ni la pureza de un diseño institucional lo que nos hizo prosperar, sino una conjunción excepcional de circunstancias internacionales favorables y un sentido práctico para aprovecharlas. Esa es la verdadera lección que deberíamos conservar: no la nostalgia de una fórmula perdida, sino la capacidad de adaptación que permitió leer los vientos del mundo y moverse con ellos.

Las empresas chilenas lo han entendido mejor que la política. Ya no rugen como “jaguares”, tan orgullosos de su rugido como de sus desmesuras; pero tampoco están dispuestas a languidecer como gatos de salón. Han diversificado sus negocios, incorporado tecnología y aprendido a competir en mercados cada vez más exigentes. No esperan milagros externos: ajustan sus perillas, se adaptan a la incertidumbre y buscan oportunidades en un entorno menos predecible y más competitivo.

Lo que falta es algo semejante en la dirigencia política: menos consignas y más ajuste fino; menos ofensas y más cuidado de las instituciones; menos nostalgia de los pactos de la transición y más disposición a innovar y experimentar.

El desafío no es repetir los 30 años, sino aprender de ellos.

No había una fórmula, había una actitud: la de adaptarse sin dogmas y leer los vientos del mundo con sentido práctico.

Esa actitud —y no su mitología— es la que vale la pena recuperar.

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