¿Quién se beneficia de los consejos para los jóvenes, ellos o uno?
Emma Jacobs 
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Emma Jacobs
Llegó la nueva temporada de consejos. Es la época del año en la que las personas mayores, supuestamente más sabias, ofrecen consejos, sin importar si son solicitados o no. Estas perlas sobre nuestra experiencia laboral son lanzadas hacia los graduados que están buscando trabajo o dando los primeros pasos en sus carreras profesionales. Este proceso sucede en las oficinas de todo el mundo.
En el Reino Unido, una fecha clave en la temporada de los consejos llegó hace dos semanas. Fue el día en que se revelaron los resultados de nivel A (exámenes para jóvenes de 17 y 18 años que los encaminan hacia trabajos, cursos y universidades).
Hay algo en la apertura metafórica de sobres que contienen los resultados de estos exámenes que provoca nostalgia entre los adultos. Es una oportunidad colectiva para pensar en nuestra juventud: un momento de promesas frescas, sin dividendos ni responsabilidades. Como las magdalenas de Proust, pero con más exámenes y menos pastel.
Los consejos sobre las carreras profesionales y los exámenes son (en su mayoría) bien intencionados, ya que reconocen lo difícil que es para los jóvenes saber cómo navegar el comienzo de una carrera. O de hecho, el medio, el final y todas las partes intermedias.
Pero a menudo esos consejos no han sido solicitados. Sólo hay que recordar la escena de la película El Graduado, cuando Benjamin Braddock (Dustin Hoffman) enfrenta una cola de amigos de su padre listos para decirle qué debe hacer con su vida: “Hay un gran futuro en los plásticos. Piénsalo. ¿Lo pensarás?” Los adultos consideran que ha sido útil. Él no.
Peor quizás, son los consejos no solicitados de extraños, generalmente en las redes sociales. A menudo abarcan desde alardes humildes hasta alardes directos. El mejor ejemplo es Jeremy Clarkson, el presuntuoso presentador de televisión, quien cada año se jacta de que sus pésimos resultados de nivel A no le impidieron adquirir un auto/casa de campo/yate de lujo. Este año, entrevistó al empresario de Virgin, Richard Branson, quien reflexionó: “En momentos como éste, es más importante recordar que los exámenes no son todo. ¡Después de todo, el alfabeto va de la A a la Z, no de la A a la E!” Esto de un hombre que ha hecho gran alarde de no seguir las reglas al pie de la letra.
Claramente es difícil saber qué consejos se deben compartir. El mundo de la educación y del trabajo cambia constantemente. Cuando relates tus mejores éxitos profesionales a alguien que tiene la mitad de tu edad, describiendo cómo obtuviste tu primer trabajo al contestar un anuncio en The Guardian, seguramente verás su desconcierto hasta que el joven busque “anuncios clasificados de empleo” en Google.
Muchos consejos son impulsados por el deseo de inflar el ego del que los imparte. Al hacerlo, sientes que te has transformado en un gran sabio, con experiencia y conocimiento para impartir. Nadie necesita saber que estás improvisando e inventando tu carrera a medida que avanzas. Una vez fui la mentora de una niña de 15 años que se estaba preparando para sus GCSE, exámenes importantes de escuela secundaria. De paso, me preguntó qué calificaciones había obtenido cuando yo tenía su edad. “Wow”, dijo cuando compartí mis calificaciones competentes y poco deslumbrantes. Sin embargo, a pesar de mí misma, mi pecho se hinchó de orgullo por mi logro décadas atrás.
Tales impulsos a la confianza pueden incluso resultar productivos. En un estudio el año pasado “Querida Abby: ¿Debería dar consejos o recibirlos?”, los investigadores observaron a personas que estaban intentando ahorrar dinero, controlar su temperamento, perder peso y buscar empleo. Encontraron que los más motivados fueron aquellos que dieron -no los que recibieron- consejos.
Robin Kowalski, una profesora de psicología en la Universidad de Clemson quen ha analizado el acto de dar consejos, dice que puede ser un ejercicio útil. En un estudio reciente, descubrió que cada semana cerca de un tercio de las personas piensan en los consejos que hubieran querido compartir con ellos mismos de jóvenes, no sólo sobre educación y trabajo, sino también sobre las relaciones.
Para quienes no lo hacen, impartir consejos a los demás es una oportunidad para reflexionar sobre sus propias vidas. Me dijo que las alternativas imaginadas podrían motivarnos a superar ciertas circunstancias.
Dar consejos puede inflar nuestros egos, pero también puede desinflarlos. Recuerdo a una joven cuya cara se contorsionó de horror cuando le conté sobre mi carrera. Su expresión parecía decir: “Espero que me vaya mejor cuando sea tan vieja como tú”.
Dar consejos también puede suscitar arrepentimiento, como le sucedió a una amiga que dio una charla sobre carreras en su antigua universidad. Lo que debió ser una experiencia inspiradora la sumió en una desesperación existencial. Unos momentos antes de hablar, tuvo un ataque de pánico sobre las decisiones que había tomado en su vida.