Rafael Mies

Liderazgo e integridad

El espectáculo acaecido en el ex Congreso Nacional ha generado todo tipo de sentimientos y...

Por: Rafael Mies | Publicado: Jueves 27 de octubre de 2011 a las 05:00 hrs.
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El espectáculo acaecido en el ex Congreso Nacional ha generado todo tipo de sentimientos y reflexiones. Par muchos, la impunidad con que algunos manifestantes violaron valores básicos de convivencia nacional y de institucionalidad, si sanción en absoluto, ha generado enojo, estupor y un sentimiento de impotencia pocas veces antes visto.



Para otros, entre los que me incluyo, una gran pena y una necesidad de reflexionar profundamente acerca de la clase de dirigente que hoy tenemos en el país.

El liderazgo, en cualquier ámbito, público o privado, se sostiene sobre unos principios sociales básicos y exige del que lo ejerce poner el bien y el cuidado del otro por sobre sus intereses personales.

Bajo esta mirada, lo que vimos en el Congreso no fue precisamente liderazgo. En efecto, al impedir el pronto restablecimiento del orden público, en el seno de una institución republicana y con gran contenido simbólico, lo que se ejerció fue más bien un poder autoritario que pospuso el bien común en favor de una opción personal.

La acción del buen líder se sostiene en valores cualitativos y de integridad de carácter que solo pueden ser juzgado desde la intimidad de cada sujeto. Sin embargo, esta integridad de carácter se manifiesta en el orden práctico con decisiones prudenciales y generosas, alineadas al bien común por sobre el interés propio.

Sin esa integridad de valores y principios por parte del líder será muy difícil una buena gestión y administración de los recursos.

La calidad de nuestros dirigentes debe ser reconocida por su virtud. Si ellos no son modelos a imitar se hacen absolutamente imposibles de confianza y sin confianza se rompe una parte fundamental de la convivencia social.

La falta de confianza destruye el ejercicio del liderazgo y es una amenaza para cualquier organización. 
En los tiempos que corren, cada vez menos personas quieren seguir a alguien, simplemente por lo que predica o su postura ideológica. Hoy se busca a aquellos que logran unir discurso y vida. 
MacIntyre señalaba que la integridad de carácter normalmente dificulta a un dirigente conseguir fama y riqueza de un modo fácil y que por ello, la virtud cívica aparece para muchos como un impedimento al logro de sus objetivos personales.

A pesar de esto, la virtud y la integridad representan el único camino válido –aunque a veces arduo– que puede seguir quien pretenda ser un verdadero líder.

Por último, aunque resulte complejo e incluso equívoco definir lo que es la conducta íntegra, no podemos negar que su ausencia descalifica a cualquier persona que pretende ocupar una posición directiva.

Sin duda, esto implica una gran responsabilidad para el líder, principalmente aquellos a los cuales la sociedad o la empresa les han regalado con una posición incomparable de poder. Por lo mismo, la misma sociedad, que incluso les podrá perdonar muchas cosas, les exigirá al menos integridad o buen uso de ese poder.

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