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Columnistas

Renuncia

Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 26 de enero de 2018 a las 04:00 hrs.

Renuncia es la dejación voluntaria de un cargo, posesión o derecho. Se puede renunciar al Pontificado romano (Benedicto XVI), a una fiscalía, a un empleo en el Banco Mundial. Donar un terreno o dejar libremente que corra la prescripción en favor de su actual poseedor equivale a renunciar al derecho de propiedad. Por indulto o amnistía, buscando reconciliación ciudadana o paliativo al desamparo terminal de un condenado, puede el Estado renunciar legítima y loablemente a su pretensión punitiva.

Pero hay deberes sustantivos a los que su titular no puede renunciar. Irrenunciable es para el Presidente su deber de cautelar el honor y seguridad de la Nación, y para sus Ministros el de invertir los fondos públicos según su asignación específica. Un Juez no puede excusarse de ejercer su autoridad cuando se ha reclamado su intervención en forma legal y en negocios de su competencia. Irrenunciable es para carabineros, policías, gendarmes, militares, y empleados públicos la obligación de denunciar todo delito del que tengan noticia en el ejercicio de sus funciones.

Particularmente irrenunciable es el imperativo de obedecer a la propia conciencia moral, cuando ésta ciertamente ordena o prohíbe hacer algo. Quien, por el sello indeleble del Bautismo ha contraído Alianza con Jesucristo y su Iglesia renuncia para siempre a Satanás y a sus obras. Irrenunciables son, por ley natural y civil, los deberes conyugales y familiares.

Irrenunciable por excelencia es el derecho a la vida y el correlativo deber de respetar lo intangible. Ese deber compete principalmente al Estado, garante de derechos y deberes fundamentales. De ahí que cuando una voluble mayoría parlamentaria aprueba una ley que permite el asesinato de vidas inocentes aún no nacidas, esa ley y Estado han traicionado su misión esencial , degenerando en ley y Estado tiránicos. Una ley de aborto, por mucho que haya cumplido con los requisitos formales de aprobación, no deja de ser violencia ejercida por los poderosos contra los más débiles e indefensos. El Estado que se proclama democrático deja de serlo en el momento mismo en que autoriza, protege y financia el crimen más cruel, discriminatorio, injusto y alevoso contra el ser más inocente. Nadie puede ser obligado a obedecer esa apariencia de ley que, hipócritamente intenta en vano esconder su realidad de extrema violencia. El deber de luchar con armas lícitas contra la vigencia de esa violencia es irrenunciable.

Dos futuros Ministros han anunciado que en su Gobierno no habrá modificaciones ni derogaciones a la ley de aborto, porque sería su obligación acatar lo aprobado por una mayoría parlamentaria. Esta anticipada renuncia a convicciones y deberes irrenunciables los convierte en cómplices, por voluntaria omisión de lo que pueden y deben hacer, del crimen más abominable, y de la consiguiente negación de la primera razón de ser del Estado: proteger la vida. Renuncia rechazada.

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