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Columnistas

Reyes

Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 24 de noviembre de 2017 a las 04:00 hrs.

Jesús eludía que lo llamaran y eligieran rey. Milagrosamente multiplicó cinco panes para saciar a más de 5 mil hambrientos, al punto que sobraron doce canastos. Pero al ver que intentaban forzarlo para hacerlo rey, huyó solo al monte. Tranquilizó a Pilato, temeroso de que alguien desafiara la soberanía regia del César romano: “Mi Reino no es de este mundo”. Insistió, aun inquieto Pilato: “Pero entonces eres Rey”. La respuesta: “Sí, tal como dices, yo soy Rey. Y para esto nací y vine al mundo: para dar testimonio de la verdad”. Incapaz de asimilar tan novedoso concepto de realeza, Pilato profesó su relativismo ético y jurídico: “¿Y qué es la verdad?”.

Igual grabó Pilato esta asociación entre Jesús y realeza. En diálogo con las autoridades y masas vociferantes aludirá reiteradamente a Jesús como “Rey de los judíos”. Estimulados por esta nomenclatura, los soldados ciñeron la cabeza de Jesús con una corona de espinas, lo vistieron con manto de púrpura y se mofaban de él genuflexos: “Salve, Rey de los judíos”. ¿Su tributo de honor? Escupos y bofetadas al indefenso. Tres veces manifestó Pilato que no veía en el reo-rey delito alguno. Pero “la calle”, groseramente manipulada por una elite, votó a gritos en el más aberrante plebiscito de la historia, eligiendo dar libertad al terrorista Barrabás y exigiendo la crucifixión del inocente Jesús. La asociación entre realeza y Jesús quedó estampada en el letrero que coronaba la cabeza del crucificado: “Este es Jesús, el Rey de los judíos”. Lo que motivó la sádica burla de los sumos sacerdotes, escribas y magistrados : “Rey de Israel, salvaste a otros y no puedes salvarte a ti mismo. ¡Baja de la cruz y creeremos en ti!”.

Pero Jesús, pudiendo hacerlo, no se bajó de la cruz. Esperaba que alguien, al menos uno, lo reconociera y proclamara en su genuina calidad de Rey. Crucificado entre dos violentos ladrones, uno no cesaba de insultarlo, enrostrándole la contradicción de ser ungido rey y no ser capaz de salvarse él y a ellos dos de tan horrendo suplicio. Pero el otro ladrón lo reprendió en el nombre del respeto a Dios y a la justicia. Y volviéndose a Jesús le suplicó: “Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino”.

Sabía leer. El letrero contenía el nombre del condenado y su condición de Rey. Y lo que este ladrón vio y escuchó en las 3 horas de crucifixión le bastó para protagonizar la coronación regia más bella de la historia. Infinitamente mejor teólogo que sacerdotes y doctores de la Ley, reconoció la divina realeza de Jesús en su mansedumbre y misericordia. Complacido, agradecido Jesús, respondió a su coronación con la más solemne canonización: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Desde entonces sabemos que sólo aceptando la Cruz llegamos a ser Reyes.

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