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Tiempo de reformas en China y Japón

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Para Chile -cuyas exportaciones en conjunto a China y Japón alcanzaron en 2012 más de US$ 27.000 millones- es un deber seguir siempre muy de cerca lo que ocurra en las políticas económicas de esos países. Pero ahora esa actitud se hace especialmente perentoria, porque tanto en China como en Japón se viven tiempos de cambios y reformas.

Hace diez días el primer ministro chino, Li Keqiang, enfatizó ante una asamblea de altos funcionarios gubernamentales y del Partido Comunista que el gobierno reducirá significativamente el manejo del gobierno sobre diversas áreas de la economía china. Por una parte, se pretende simplificar la burocracia eliminando 1.700 ítems que hasta ahora requieren aprobación administrativa para la puesta en marcha de diversos emprendimientos. Por otra, habrá un traspaso creciente de empresas públicas al sector privado en aquellos ámbitos que no se consideran altamente estratégicos.

Ya la poderosa Comisión Nacional de Reforma (CNDR) ha anunciado la reforma fiscal, con un giro hacia el impuesto al valor agregado en vez del impuesto sobre el volumen hoy vigente, una nueva formulación para el impuesto a la propiedad aún de breve historia, ello unido a una reforma financiera, la liberalización de interés y tipos de cambio y un avance gradual hacia la convertibilidad de la cuenta de capital.

Se alentará la inversión privada en los servicios financieros, como también energía, telecomunicaciones y el transporte ferroviario. A su vez, se impulsarán políticas de mayor eficiencia en los servicios eléctricos, de agua y gas natural, en el marco de una “urbanización integral”.

Muchas de estas cosas ya estuvieron en intentos previos, pero para el gobierno del presidente Xi Jinping y su “sueño chino” ahora se hace imprescindible tratarlas como un todo. Nada de esto será fácil y los intereses de sectores ortodoxos, como también de ciertos poderes en las empresas estatales y en los gobiernos locales, harán sentir su peso. Al mismo tiempo los recientes datos de ralentización productiva han sembrado inquietudes por todo el mundo (también entre nosotros por su impacto en la demanda de cobre). Por ello, los nuevos dirigentes del PCCh tendrán que jugarse su poder político con mucha habilidad, para sacar adelante sus nuevos planes de acción.

Detrás de todo esto emerge la gran promesa hecha por el nuevo gobierno chino: doblar los ingresos de la población china a 2020 teniendo como referencia los ingresos de 2010.

Y en Japón los tiempos de cambio han tomado un nombre: “Abenomía”. Un neologismo juntando el apellido del primer ministro Shinzo Abe y los fundamentos de su política económica. Ya puso en marcha un presupuesto de US$ 130.000 millones para un plan de inversión pública, especialmente en infraestructura, mientras cambiaba a la autoridad del Banco Central y lo incitaba a una fuerte expansión monetaria. La base de esto ha sido dejar atrás la deflación y lanzarse a una inflación controlada del 2%, pero capaz de mover el mercado interno y mejorar las condiciones exportadoras del país. En suma, una política de estímulo muy distinta de la vivida en los 15 años anteriores. En seis meses la Bolsa de Tokio ha dado un salto de casi el 50%, mientras las familias incrementaron su consumo en un 5,2 % más.

La OCDE ha valorado positivamente el cambio. A comienzos de esta semana señaló que su pronóstico de crecimiento para Japón era para este año del 1,6 %, dejando atrás su anuncio previo hace seis meses de sólo un 0,7%.

También aquí emergen algunas reservas ante los aplausos apresurados. Ya se han dicho en este mismo diario y la OCDE las subrayó al llamar la atención sobre la inmensa y peligrosa deuda pública de Japón, que este año llegará a 228,4% sobre el PIB y en 2014 alcanzará a 233,1%. Una realidad que llama a consolidaciones urgentes.

Todo ello reclama nuestra profunda atención. Ocurre en un área prioritaria para nuestro futuro económico, en torno del Pacífico, donde los movimientos a futuro serán mayores.

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