A pesar de que ha habido una reciente recuperación en algunos de sus Estados miembros, la economía de la eurozona sigue sin dinamismo, cuya tasa global anual de crecimiento del PIB para este año probablemente apenas rebasará el 1%. Incluso la tasa de crecimiento de Alemania es inferior a 2%, mientras que el PIB sigue disminuyendo en Francia, Italia y España. Además, este lento ritmo de crecimiento ha mantenido la tasa de desempleo total de la eurozona en un lamentable 12%.
El lento crecimiento y el alto desempleo no son los únicos problemas de la eurozona. La tasa de inflación anual de apenas 0,5% está ahora muy cerca de cero e incluso una agitación menor podría hacerla negativa y desencadenar una espiral descendente de precios. La deflación debilitaría la demanda agregada mediante un aumento del valor real (ajustado a la inflación) de la deuda corporativa y de las familias, así como a través del incremento de las tasas de interés real. A su vez, una menor demanda, provocaría una precipitación de la caída de los precios que los llevaría a una peligrosa turbulencia.
Hay pocos remedios, si acaso, en la economía. Sin embargo, una caída brusca del tipo de cambio del euro -digamos, un 15%- solucionaría muchos de los problemas económicos actuales. Un euro con menor valor incrementaría el costo de las importaciones y los precios potenciales de las exportaciones, lo que elevaría la tasa global de inflación de la eurozona. La devaluación también estimularía el crecimiento promedio del PIB de la eurozona mediante un impulso de las exportaciones y alentaría a los europeos a sustituir productos y servicios producidos localmente por productos importados. Aunque la competitividad en la eurozona no se vería afectada, un euro depreciado mejoraría significativamente el balance externo con el resto del mundo, que representa alrededor de la mitad del comercio de la eurozona.
Dado que se ha estado propugnando por una facilitación cuantitativa de parte del BCE como medio para debilitar el euro, vale la pena analizar el impacto de ésta cuando la aplicó la Reserva Federal en cuanto al valor del dólar y la inflación en Estados Unidos. En resumen, su impacto fue insignificante es los dos aspectos. El valor del dólar ponderado por el comercio está ahora al mismo nivel que en 2007, antes del inicio de la gran recesión. Aumentó moderadamente durante el pico de la crisis de 2008, pues los inversionistas globales buscaron el refugio seguro de los activos denominados en dólares, pero durante 2009 retrocedió a su nivel anterior. Así pues, el valor del dólar permaneció relativamente estable durante más de tres años de facilitación cuantitativa y de hecho subió durante 2013, cuando las compras de activos de la Reserva Federal alcanzaron un récord de más de US$ 1.000 millones.
Por supuesto, otros factores influyeron también en el valor del dólar durante este periodo. No obstante, el desempeño del tipo de cambio del dólar durante el periodo de la facilitación cuantitativa no ofrece bases para el proyecto de compra de activos a gran escala por parte del BCE como forma de depreciar el euro. La facilitación cuantitativa de la Reserva Federal tampoco provocó un aumento en la tasa de inflación. El índice de precios al consumidor creció 1,6% en 2010, cuando empezó la facilitación cuantitativa, después aumentó ligeramente más rápido en 2011 y 2012, antes de regresar a un aumento de solo 1,5% en 2013, el año de mayor compra de activos.
Si el BCE desea reducir el valor del euro e incrementar la tasa de inflación de la eurozona a corto plazo, la única forma confiable de hacerlo es mediante intervención directa en el mercado de divisas, es decir, vender euros y comprar una cesta de otras divisas. Si bien, intervenir directamente para debilitar el euro crearía desafíos en otras partes del mundo, los responsables del diseño de políticas en Estados Unidos y de otros lados se darían cuenta de la importancia de tener un euro más competitivo para el futuro de la economía europea.
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