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Una historia de dos élites en Washington y Beijing

Gideon Rachman, © 2021 The Financial Times Ltd.

Por: Gideon Rachman | Publicado: Viernes 24 de diciembre de 2021 a las 09:08 hrs.
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Gideon Rachman

Mientras los analistas estadounidenses se preocupan por la guerra civil, los de China sueñan con la supremacía mundial

Greg Treverton solía ser el analista en jefe de EEUU. Como presidente del Consejo Nacional de Inteligencia, supervisó el informe cuatrienal Global Trends del gobierno estadounidense. Su informe de 2017 contenía un cauteloso reconocimiento de las propias debilidades de EEUU. Señaló el "aumento de la desigualdad" y una "política muy polarizada". Pero el informe concluyó con optimismo que el "ideal inclusivo de EEUU . . . sigue siendo una ventaja crítica".

Cuatro años después, Treverton, ahora en el mundo académico, tiene una visión mucho más pesimista. La semana pasada publicó un artículo, coescrito con Karen Treverton, titulado "Se avecina la guerra civil". Sostiene que las divisiones entre los estados demócratas y republicanos son ahora tan extremas que es inevitable algún tipo de ruptura. La división podría ser pacífica, implicando "una federación mucho más flexible". Pero también podría ser violenta. Los Treverton señalan de modo inquietante: "Los republicanos tienen más del doble de probabilidades de poseer armas que sus equivalentes demócratas".

Si se tratara de una opinión aislada, no tendría mucho peso. Pero otros destacados analistas estadounidenses están llegando a conclusiones igualmente distópicas. El mes que viene se publicará How Civil Wars Start (Cómo comienzan las guerras civiles), de Barbara Walter, de la Universidad de California, una de las principales autoridades académicas en la materia. Sostiene que EEUU se ajusta a los criterios de un país al borde de un violento conflicto interno. En su opinión, esto se caracterizaría por un "flujo bastante constante de ataques terroristas", más que por enfrentamientos entre ejércitos permanentes.

Incluso los eruditos que no se enfocan explícitamente en la violencia política se muestran cada vez más pesimistas. Thomas Edsall, quien sigue las tendencias de las ciencias sociales para el New York Times, señaló la semana pasada que los politólogos sostienen cada vez más que "el regreso a las normas democráticas tradicionales (en EEUU) será extremadamente difícil, si no imposible".

Este tipo de alarma y abatimiento no se limita al lado "azul" de la política estadounidense. Los republicanos son incluso más propensos que los demócratas a decir que la democracia del país está en peligro, un reflejo de la insistencia de Donald Trump en que le robaron las elecciones de 2020. Hablar de guerra civil también es habitual en la derecha estadounidense. El senador Ted Cruz reflexionó el mes pasado sobre la posibilidad de que Texas se separe de la Unión. Michael Anton, quien formó parte del Consejo de Seguridad Nacional de Trump, comparó recientemente EEUU actualmente con el estado del país antes de la guerra civil estadounidense y alegó que: "Los estadounidenses están más divididos, no menos, de lo que estábamos en vísperas de ese gran conflicto".

El profundo pesimismo de la élite estadounidense está relacionado con un sentimiento más amplio de decadencia nacional. Una de las pocas cosas en las que republicanos y demócratas están de acuerdo es que EEUU debe tratar a China como un rival mundial serio y peligroso. Hasta hace poco, la mayoría de los estadounidenses asumían que, independientemente de sus otros problemas, EEUU mantendría una ventaja tecnológica sobre China. Pero eso ya no se puede dar por sentado. En un artículo reciente, Graham Allison, de la Universidad de Harvard, y Eric Schmidt, exdirector ejecutivo de Google, sostienen que "China pronto aventajará a EEUU en tecnología".

El tono de casi desesperación en EEUU está alimentando la emoción opuesta entre la élite china, una creciente convicción de que su país está superando a EEUU y acabará desplazándolo como potencia dominante del mundo. En un reciente discurso, Xi Jinping, líder de China, proclamó que "Oriente está en ascenso y Occidente en declive".

El hecho de que EEUU haya sufrido 800,000 muertes como consecuencia de la pandemia de Covid-19, mientras que China afirma haber tenido un número de muertos inferior a 5,000, se cita con frecuencia como prueba de la superioridad del sistema chino.

La creciente confianza de China se está reflejando en los intercambios oficiales entre ambos países. Cuando Antony Blinken, secretario de Estado estadounidense, condenó las acciones chinas contra Hong Kong y Taiwán, su homólogo chino Yang Jiechi reaccionó con teatral desprecio, alegando: "EEUU no está en condiciones de decir que quiere hablar con China desde una posición de fuerza".

Por supuesto, en un sistema cerrado como el de China, es difícil saber si la retórica oficial sobre la superioridad del sistema chino refleja una auténtica confianza. Los críticos francos de Xi a menudo acaban en la cárcel. Zhang Zhan, un periodista ciudadano que puso en duda las versiones oficiales de lo ocurrido en Wuhan, donde se originó la pandemia, fue condenado a cuatro años de prisión. Pero los observadores y periodistas extranjeros que viajan mucho fuera de Beijing informan de que la autoconfianza y el nacionalismo del gobierno central parecen ser ampliamente compartidos entre los cuadros locales del partido comunista, así como entre la población en general.

La combinación actual de una crisis de la democracia estadounidense — junto con la creciente confianza de los poderes autoritarios — recuerda a la década de 1930. La Gran Depresión convenció a muchos en EEUU y en el resto del mundo de que la democracia liberal era fatalmente defectuosa. Los estados unipartidistas de la Unión Soviética, la Italia de Mussolini y la Alemania nazi proclamaron su eficiencia superior ante sus propios pueblos y ante los "peregrinos políticos" del mundo occidental.

Resultó que las deslumbrantes imágenes de las potencias autoritarias de la década de 1930 ocultaban sus profundos problemas, mientras que la debilidad superficial de EEUU ocultaba su resiliencia más profunda. Quienes siguen considerando a EEUU el guardián mundial de la libertad política tienen que desear que la historia se repita.

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