Editorial

Big Society

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Hace unos días, en una concurrida conferencia en el London School of Economics, se reunieron una serie de destacados expositores para discutir acerca de una de las propuestas más fundamentales de David Cameron: la Big Society. Este nombre responde a uno de los ejes principales del programa político del primer ministro y los conservadores.

La idea de la Big Society, en el contexto de fuertes recortes presupuestarios a los servicios públicos en Inglaterra, es darle mucha mayor relevancia a los denominados cuerpos intermedios de la sociedad. La idea se funda en la creencia de que el Estado se ha transformado en algo lejano para los ciudadanos, y tiene por objeto incentivar a las personas a tener un papel central en la sociedad, no sólo realizando obras de caridad, sino que fomentando las organizaciones de vecinos, emprendimientos sociales o asociaciones de trabajadores. El concepto es que las personas no sólo quieren recibir un servicio, sino también ayudar a mejorarlo, y que son precisamente los aquejados por los problemas los que pueden hacer un mayor aporte a su solución. Mientras esperamos el resultado de esta política en UK, podemos en el intertanto elaborar conclusiones para Chile. La idea de la Big Society es perfectamente aplicable a nuestro país. Se trata, como dice Rory Stewart, profesor de Harvard y parlamentario inglés, de devolver algo de poder a las personas. Fomentar en Chile que las actividades que desarrolla el Estado y que podrían ser auxiliadas por asociaciones de particulares, así lo hagan. La agilización en los trámites para la constitución de fundaciones y una descentralización política efectiva, más allá del discurso, son vías para lograrlo. La Big Society chilena se basaría en que la gente de Puerto Montt tiene mucho que decir acerca de los problemas que los aquejan, porque lo importante no es quien brinda los servicios, sino que sean los mejores servicios posibles. Fue en la misma conferencia del LSE donde alguien dijo que en los países ricos se habían logrado dos de los grandes objetivos de la revolución francesa: igualdad y libertad. Pero la fraternidad nunca se logró, y cree Cameron que éste es el primer paso para hacerlo. Esperemos la experiencia británica, para imitar lo bueno, y prevenir lo malo.

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