Editorial

Dólar y productividad

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En poco más de tres semanas el valor del dólar en el mercado (eso hasta el viernes, poco antes de que la tensión en Egipto encendiera las luces de alerta en los mercados) había perdido cerca de la mitad del efecto intervención sobre la cotización de la divisa. Como se recordará, fue el primer día hábil del año, el lunes 3 de enero cuando el dólar se transaba a $ 465, cuando la autoridad monetaria anunció el inicio de un programa de compra de reservas destinado a acumular US$ 12.000 millones a lo largo del año, en compras diarias de paquetes de US$ 50 millones. Ese solo anuncio y el inicio efectivo del programa, el miércoles 5 de enero, llevaron a los pocos días a que el dólar rozara los $ 500.



Si bien la intervención no se hizo con el explícito propósito de elevar el precio del dólar en un escenario global plagado de tensiones cambiarias, sino que de mejorar la posición de reservas internacionales del país, una de las lecturas que realizó el mercado y que, además, enunciaron autoridades y especialistas fue que la mayor cotización brindaría a los sectores exportadores más vulnerables una ventana de tiempo para adecuarse en materia de productividad y competitividad, ya que las fuerzas de mercado que empujaban en la dirección opuesta se mantendrían fuertes complicando aún más su ya delicada situación. Dicho y hecho, salvo que la ventana de tiempo que se anunció ha terminado siendo más estrecha de lo que se pensó, quedando hoy el margen de apertura de esa ventana entregado a cómo se muevan los mercados financieros según evolucione la situación económica en Europa, la recuperación norteamericana o a cómo progrese la crisis política y social en Egipto y otras naciones del norte de Africa y Medio Oriente.

Todo ese cuadro no hace sino confirmar que la tarea de mejorar la performance competitiva de nuestras empresas es urgente e impostergable, más allá de cómo se mueva el dólar. El país ya está rezagado en esta materia y son numerosos los indicadores que así lo revelan. Este es un reto que ha asumido con mucha energía el Ministerio de Economía, pero que requiere de un involucramiento global del Estado. La bonanza del cobre, ha dicho el ministro de Economía, es una bendición si el país la sabe administrar. Y saber administrar esa fortuna tiene varias aristas: impedir que surjan síntomas de enfermedad holandesa, no sucumbir a la tentación de creer que ese mayor ingreso basta para dar por cumplida la tarea del crecimiento y, sobre todo, invertir en innovación, capital humano, un mejor Estado, infraestructura y tantas cosas que hacen falta para que desarrollo sea sostenible en el tiempo.

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