Editorial

Jornada de 40 horas: prioridad equivocada

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ejorar la calidad de vida de los trabajadores y adaptar el mundo laboral a los requerimientos de la cuarta revolución industrial son objetivos compartidos por el grueso de la sociedad chilena, pero al mismo tiempo ámbitos en los que el voluntarismo resulta contraproducente. En esta línea, diputados de oposición impulsan una iniciativa legal para que la jornada de trabajo semanal se reduzca de 45 a 40 horas, alineándose así con la práctica observada en la mayoría de los países miembros de la OCDE.

La propuesta -que fue votada ayer en la Comisión de Trabajo de la Cámara- argumenta que en esos países el rendimiento productivo es alto y las jornadas de trabajo son más reducidas, lo que demostraría que no hay correlación entre duración de las jornadas y productividad. El problema es que este razonamiento confunde causalidad con correlación: si bien es cierto que en la mayoría de los países OCDE, más productivos que Chile, las jornadas de trabajo son más cortas, ello se debe precisamente a que son más productivos, no al contrario.

Visto así, el proyecto de ley que presentó el Gobierno sobre adaptabilidad laboral para la conciliación entre trabajo y familia aborda el desafío desde una perspectiva más integral. Esta iniciativa permitiría a trabajadores y empleadores cambiar el actual esquema por uno de 180 horas mensuales, distribuidas de la forma que negocien ambas partes en cada empresa. Bajo esta modalidad, los empleadores podrían lograr una mayor eficiencia en el uso de sus instalaciones (mejor productividad), y los trabajadores conseguir una distribución de la jornada que se ajuste a sus preferencias y necesidades.

No hay una contradicción entre el objetivo que persiguen los diputados opositores y el proyecto del Gobierno. La diferencia radica en el enfoque y los instrumentos empleados para alcanzar ese propósito, que en el primer caso podría terminar generando el efecto inverso al deseado.

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