Editorial

Mala semana para la política

Relegada al confín de las evaluaciones en las encuestas de opinión pública, la política -donde desemboca la ética, según Aristóteles- ......

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Relegada al confín de las evaluaciones en las encuestas de opinión pública, la política -donde desemboca la ética, según Aristóteles- se vio remecida en las últimas semanas por un episodio que, por mucho tiempo, servirá de ejemplo para sus más férreos detractores.



Desde el reconocimiento de “errores comunicacionales” hasta las acusaciones de irregularidades y transgresiones a la Constitución, los sucesos vinculados al caso Van Rysselberghe generaron un sinfín de análisis, declaraciones, trascendidos y comentarios que, independiente del prisma con el que se miren, no vienen más que a acrecentar el descontento y la distancia con que la opinión pública observa a la actividad política y a sus protagonistas.

Lo confirman las encuestas: baja o nula confianza, descrédito, escasez de liderazgos, lejanía de las preocupaciones de la población, incremento en la sensación de corrupción, etc. Pocos atributos pareciera encontrar el electorado en quienes tienen, ni más ni menos, que la responsabilidad de guiar los destinos del país y, en el caso de los partidos políticos, “contribuir al funcionamiento del régimen democrático constitucional y ejercer una legítima influencia en la conducción del Estado, para alcanzar el bien común y servir al interés nacional”, como reza su ley orgánica constitucional.

Por varias jornadas, representantes de gobierno y oposición se recriminaron públicamente por la calidad moral y ética de sus actos, dejando en evidencia que existen visiones claramente contrapuestas sobre los estándares que en estas materias deben predominar en la actividad pública. Si la cuestión es castigar la adulteración de la verdad, velar por la responsabilidad al momento de efectuar denuncias o, simplemente, anteponer al bien público los cálculos electorales o las estrategias partidistas, se convirtieron en el eje de una discusión que, con seguridad, seguirá marcando las próximas jornadas.

Pero el daño ya está hecho. No por la decisión del gobierno de mantener en sus funciones a la intendenta. Tampoco por denunciar irregularidades sin corrobar antes su real ejecución. Luego de tantas jornadas de discusión, esos elementos -aunque críticos- fueron siendo superados por la propia sensación de la opinión pública de que, para muchos, es en estas crisis donde la política de corto plazo alcanza su plenitud.

Mientras los actores involucrados en este episodio sacan cálculos sobre el impacto en sus respectivas tiendas políticas, las próximas encuestas seguramente mostrarán que no hubo ganadores. Que al final sólo existió un perdedor: la política.

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