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Juan ignacio Brito

Contrarrevolución conservadora

JUAN IGNACIO BRITO Profesor Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. Andes

Por: Juan ignacio Brito

Publicado: Miércoles 7 de mayo de 2025 a las 04:04 hrs.

Juan ignacio Brito

Juan ignacio Brito

El auge nacionalpopulista que agita diversos lugares del planeta es interpretado de manera disímil por los observadores. Mientras liberales y progresistas recelan de una peligrosa normalización de la “extrema derecha” (Cas Mudde), denuncian el advenimiento de los “hombres fuertes autoritarios” (Gideon Rachman) o creen que significa el retorno de la “autocracia” y el “ocaso de la democracia” (Anne Applebaum), los conservadores tienden a ver el fenómeno con la esperanza de que podría volver a poner las cosas en el sitio desde el cual jamás deberían haber salido. Es esta última una mirada que recibe menos atención mediática, por lo cual resulta conveniente revisar sus argumentos.

“Necesitamos un conservadurismo ofensivo, no solamente uno que trata de evitar que la izquierda siga haciendo lo que no nos gusta”, sugiere el vicepresidente de EEUU, J.D. Vance, en el prólogo del libro “Dawn’s early light”.

Kevin Roberts, presidente de la Heritage Foundation, un centro de estudios conservador con sede en Washington D.C., ha publicado un volumen que ilustra este punto de vista. En Dawn’s early light (libro que utiliza como título un verso del himno nacional norteamericano), Roberts reitera la acusación conservadora de que Estados Unidos enfrenta una suerte de “conspiración contra la naturaleza” impulsada por élites políticas, culturales y corporativas cuyos intereses difieren severamente de los que identifican a los ciudadanos en general. Se trata, afirma, de una conspiración “contra las sociedades civilizadas basadas en el orden, el sentido común y la gente normal” y se expresa en la sistemática “destrucción de las instituciones que definen el estilo de vida americano para reemplazarlas por compromisos ideológicos e imperativos burocráticos”.

Otro analista conservador, Christopher Caldwell, ha hecho notar que, desde la década de 1960, Estados Unidos vive un antagonismo creciente entre dos comprensiones político-culturales: por un lado, la izquierda liberal progresista, que privilegia una reforma incremental que expande sin fin la autonomía individual, estima que el Estado tiene que garantizar derechos cada vez más incluyentes y cree que EEUU debe promover la democracia, la economía globalizada y los valores progresistas; por otro, una derecha conservadora que considera la Constitución de 1787 como un texto fundacional cuasi sagrado que reconoce derechos asociados a obligaciones ciudadanas, restringe el poder del Estado dentro y fuera del país y postula un retorno a la tradición.

El problema, apunta Roberts, es que la interpretación “sesentera” ha ido imponiéndose paulatina y sostenidamente y que, como asevera el vicepresidente J.D. Vance en el prólogo del libro, la derecha republicana tradicional no ha querido o no ha podido impedirlo, convirtiéndose en vagón de cola de un proceso que corrompe a la sociedad norteamericana. La solución, dice Roberts, es hacer “un círculo de carretas y cargar los mosquetes”, a la usanza de los pioneros del Viejo Oeste. Lo que se requiere no es seguir jugando a la defensiva para apagar el fuego y venerar las cenizas, sino pasar al ataque para reconstruir. “Necesitamos un conservadurismo ofensivo, no solamente uno que trata de evitar que la izquierda siga haciendo lo que no nos gusta”, sugiere Vance.

Esta actitud contrarrevolucionaria distingue también a los partidos y movimientos nacionalpopulistas en Europa, que registran un amplio avance electoral pese a las prohibiciones, vetos y medidas de dudosa legitimidad que ha venido imponiendo contra ellos el establishment liberal progresista de ese continente. La tendencia es clara y amenaza con generar un cambio político y cultural de peso con consecuencias difíciles de predecir. Vivimos tiempos de incertidumbre y de colisión entre cosmovisiones arraigadas.

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