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Cuidado con que el remedio termine siendo más perjudicial que la enfermedad

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“Borrar con el codo lo que se escribe con la mano” fue la frase que se me vino a la cabeza cuando se anunció el cierre indefinido de la planta de Freirina y que inevitablemente relacioné con Castilla e Hidroaysén.



No pretendo en ningún modo referirme a la necesidad o no de introducir cambios a las normas de protección al medio ambiente vigentes. Tampoco intento (sólo) expresar que no me parece (en absoluto) correcto cambiar las reglas en medio del partido. Mi preocupación es que los factores detrás de la decisión de cierre indefinido de la planta de Freirina, de la revocación de la autorización ambiental al puerto y a la termoeléctrica Castilla; y de la decisión de suspender indefinidamente el ingreso del Estudio del Impacto Ambiental del proyecto de Hidroaysén sientan peligrosos precedentes. Los mismos que podrían terminar resquebrajando un marco institucional estable, que como país tanto nos enorgullece y con tanto esfuerzo hemos construido, y que ha sentado las bases de nuestro desarrollo económico en las últimas décadas.

Tanto en Freirina como en Castilla, las autoridades dieron un paso atrás respecto de algo que ellas mismas previamente habían aprobado. En el caso de Hidroaysén, la falta de voluntad política para definir un marco regulatorio claro para el desarrollo futuro de la matriz eléctrica ha generado numerosas trabas al proyecto.

Lo cierto es que hoy se ha instalado en la ciudadanía un clima de conflicto que transciende a los citados y, al parecer, nadie está dispuesto a asumir el costo político que pudiera acarrear el ir contra la corriente, incluso si fuera ésta la decisión correcta. Con niveles de aprobación en sus mínimos históricos, ¿legislar se ha vuelto sensible al people meter?
Cambios al marco regulatorio siempre han sido un riesgo latente, pero hoy se han incrementado considerablemente. Por ahora, algunos pocos proyectos han dejado de realizarse. La pérdida de cientos de millones de dólares en inversión y en la generación de un par de miles de empleos quizás no sea un costo muy alto. Sin embargo, en la medida que la situación se prolongue, podría tener el efecto de bola de nieve.

Con una tremenda arrogancia, nos autoproclamamos los jaguares de Latinoamérica durante los 90. Hasta la actualidad, tildamos a algunos de nuestros vecinos en forma despectiva de “bananeros”. Argumentando falta de seriedad política (léase populismo), legal y jurídica, entre otras razones. No vaya a ser que por enfocarnos en la paja en el ojo del vecino terminemos dejando crecer una viga en el nuestro.

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