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El zapato chino y la orquesta del Titanic

Rafael Ariztía Socio MFO Advisors

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Enero fue un mes de sobresaltos en los mercados globales. El violento desplome de las bolsas del mundo borró de un plumazo todos los pronósticos de retornos para el 2016 y ha dejado a casi todo el mundo perplejo. Todo partió por las improvisadas reacciones de las autoridades chinas frente al desplome de su mercado accionario, y ha mutado hacia una desconfianza generalizada sobre la salud de la mayor economía asiática.

Y la verdad es que hay razones de fondo para tener escepticismo de China. No porque tenga riesgos de una crisis inminente, sino porque los desafíos que le aguardan a sus autoridades son realmente complejos. Paradójicamente el país tiene un verdadero zapato chino por delante.

Miremos su historia. Desde que Deng Xiaoping tomó las riendas del país en 1978, China se embarcó en una fase primaria de desarrollo muy exitosa y que se basó, principalmente, en permitir mucho libre mercado en lo micro y mucha dirección estatal en lo macro. Así, la mayor palanca para lograr un crecimiento acelerado fue un proceso nunca antes visto de migración de población del campo a la ciudad. En simple, trabajadores que tenían una productividad equivalente, campesinos de la edad media, pasaron a ser obreros en fábricas, lo que significó un tremendo salto en riqueza para ellos y para el país.

La consecuencia de esto fue un proceso intenso de inversión en infraestructura, que demandó recursos de todo el mundo, pero que estuvo no exento de costos. Porque si bien se lograron las altas tasas de crecimiento buscadas y millones de chinos salieron de la pobreza, la contrapartida de este éxito es que la deuda interna y la ineficiencia en la inversión han crecido exponencialmente. Con ello el país se fue metiendo en un callejón de difícil salida, sin mediar burbujas y crisis. Es la consecuencia natural de cuando se reemplazan los mecanismos de mercado por la decisión de la burocracia.

Presa de su éxito, las autoridades chinas hoy tienen un dilema difícil de resolver: por un lado requieren mantener altas tasas de crecimiento para seguir superando la pobreza y para asegurar que la demandante clase media que ha surgido en estos años, tenga perspectivas de desarrollo. Por otro lado, requieren introducir mecanismos de mercado que limpien los excesos que se han producido y, en particular, detengan el espiral creciente de deuda que se acumula en la economía y que ya sobrepasa 220% del PIB.

El problema es que los dos objetivos chocan entre ellos. Con certeza, liberalizar la economía implicará reducir sus tasas de crecimiento, haciéndola más sustentable y sólida a largo plazo. Pero hacerlo genera dos problemas para el gobierno chino: va contra la naturaleza de la burocracia.. que es más propensa a acaparar poder que a entregarlo; y hacerlo puede poner el riesgo el sistema político. Los chinos hasta ahora han sacrificado libertad a cambio de crecimiento… pero los burócratas saben bien que ese acuerdo se puede romper si no son capaces de entregar su parte.

Así, el dilema no tiene fácil solución. Lo cierto es que de seguir con la misma receta actual, China probablemente terminará en una crisis mayor. La historia en esto no tiene dos lecturas. Todos los países que han llegado a los niveles de deuda que tiene hoy China han terminado con severas crisis económicas. Pero la alternativa tampoco está exenta de costos y riesgos. Con todo, lo más probable es que las autoridades privilegien crecimiento ahora, aunque sea a costa de mayor endeudamiento y ello aumente los riesgos de una mayor crisis posterior. La historia enseña que las burocracias se defienden, y que los costos siempre se traspasan a las generaciones futuras.

¿Y que tiene que ver la orquesta del Titanic, se preguntará usted? Bueno, ahí nos transportamos a Chile. La orquesta del Titanic es lamentablemente nuestro gobierno. Cuando es bastante evidente que los cambios en China generarán olas en todo el mundo y que la próxima década será más frugal que la pasada, la orquesta del Titanic sigue tocando la música de mayor gasto, gratuidades, mayor deuda pública y déficit fiscal, mayor rigidez en el mercado laboral, entre otras maravillas, como si nada ocurriera. La volatilidad con que nos recibió el 2016 ha sido un campanazo de alerta, que las autoridades económicas han tratado de comunicar internamente. Es de esperar que sean escuchadas.

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