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Columnistas

La mejor defensa de Europa son sus valores

Donald Tusk presidente DEL Consejo Europeo

Por: Equipo DF

Publicado: Martes 10 de enero de 2017 a las 04:00 hrs.

El año 2016 quedará en la historia europea como un tiempo de lucha por mantener la unidad política, sistémica y social de la Unión Europea como comunidad de países, personas y valores. Ha sido un tiempo de incertidumbre y fracasos muy visibles. Pero también fue un año marcado por avances reales.

Aunque el referendo de junio en el que el Reino Unido votó por abandonar la UE se destaca como una amarga decepción, la aparición de un consenso paneuropeo sobre la protección de las fronteras externas de la UE y la firma del Acuerdo Económico y Comercial Global (AECG) con Canadá dan motivos para un cauto optimismo.

La mayoría de los problemas con los que viene luchando la UE no están del todo resueltos. La crisis migratoria, las tensiones con Rusia por Ucrania y otras amenazas internas y externas a la seguridad continúan poniendo a prueba nuestra unidad y eficacia, y seguirán haciéndolo en el año entrante.

Lo que nos enseña 2016 es que nos esperan grandes cambios, desconocidos, pero palpables, que los expertos no logran descifrar. Hacía mucho que la realidad no se burlaba tan cruelmente de las predicciones de expertos y encuestadores, incluso en el contexto inmediato de elecciones o referendos inminentes. La política se ha vuelto tan impredecible como el clima en Bruselas.

Los actuales corrimientos tectónicos de la política (¿cómo llamar si no a la sacudida con que una isla enorme se aleja del continente?) no son sólo remezones de la crisis financiera de 2008, pero todos percibimos que estos temblores pueden ser señal de un cambio más profundo: el fin de una era, que en Europa podría llamarse la Era de la Gran Estabilización. Una era que duró setenta años, sostenida por tres pilares: un orden internacional que protegió a Europa de conflictos globales; la democracia liberal, y la prosperidad de las sociedades europeas en relación con otros países.

La difundida sensación de que se avecinan cambios no debe atemorizarnos ni menos paralizarnos. Como los historiadores saben muy bien, lo transitorio y efímero es la estabilidad, y no la crisis. Y así como no podemos prevenir las crisis (que, por naturaleza, son inevitables), tampoco queremos aferrarnos al statu quo, ya que tarde o temprano, la estabilización se convierte en estancamiento y la expectativa de cambios se torna universal. Esto no implica necesariamente una catástrofe (aunque su posibilidad existe.

Todo dependerá de nuestra capacidad colectiva para navegar mares de tormenta. El primer prerrequisito será mantener la unidad básica de la UE: una UE internamente fracturada no estará a la altura de ninguno de los desafíos que enfrenta, y tampoco lo estarán sus países miembros).

Los cimientos de la solidaridad europea aún son frágiles, y sin esa solidaridad, Europa no podrá influir en la dirección de los cambios futuros y se convertirá en su víctima en vez de coautora. Para evitar este aciago escenario, debemos buscar una vez más aquello que nos conecta, lo que tenemos en común, lo que estamos dispuestos a defender con determinación plena, tanta como la que muestran nuestros oponentes. Es en la cultura y la libertad donde redescubriremos la esencia de Europa. En política, esto implica que debemos estar dispuestos a hacer cambios, con la condición de que esto no suponga restringir la libertad en cuanto valor central. Antes de remodelar la estructura de la UE, antes de comenzar a resolver dilemas fundamentales sobre el grado de integración que queremos, todos debemos afirmar nuestro compromiso de continuar del pasado al futuro el ideal de Europa como continente de libertad.

Si cediéramos a la presión externa y a la debilidad interna, los cambios venideros podrían frustrar el descubrimiento político más importante de Europa: que la combinación (y solamente la combinación) de la voluntad de la mayoría, del Estado de Derecho y del principio de limitación del gobierno es la mejor garantía para la libertad humana y los derechos civiles. Por eso, debemos enfrentar con bravura y coherencia a los que, tanto desde el exterior como desde dentro, se han alzado contra nuestras libertades.

Copyright: Project SyndicATE, www.project-syndicate.org

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