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Columnistas

Libre, siempre libre

Juan Carlos de la Llera M. Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 28 de noviembre de 2025 a las 04:02 hrs.

¿Qué hace que una universidad siga viva? Quizás su capacidad de transformarse, de renovarse sin perder su sentido organizacional más profundo. “Vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado muchas veces”, escribió San John Henry Newman, filósofo inglés, sacerdote anglicano convertido al catolicismo y, desde el pasado 1 de noviembre, proclamado por el papa León XIV Doctor de la Iglesia, un título reservado a quienes iluminan el presente con su pensamiento.

Considerado una de las mentes más lúcidas del siglo XIX, Newman ejerció como vicedecano en St. Alban Hall, Oxford, y más tarde como rector fundador de la Universidad Católica de Irlanda. Sostenía que toda forma de vida que crece, incluida la universidad, necesita movimiento permanente.

“Una universidad sin autonomía se ajustará a lo que otros desean de ella: reactiva, no creativa; repetitiva, no crítica; obediente, no libre”.

Pero esa capacidad no surge por sí sola: necesita libertad. Sin autonomía, intelectual, académica e institucional, la universidad se vuelve un espacio domesticado, estático, sin fuerza creativa ni espíritu crítico.

En su obra La idea de una universidad, Newman afirmó que la universidad “debe ser un lugar para enseñar conocimiento universal” y que la educación superior tiene como fin “abrir la mente, corregirla, refinarla, permitirle saber”. Esa intuición vuelve a resonar hoy.

En una carta reciente dirigida a las universidades católicas, el cardenal Fernando Chomali advierte del riesgo de reducir la razón a lo meramente empírico: “La racionalidad”, recuerda, “es científica, ética y estética a la vez”. Sin esa amplitud, la universidad deja de formar personas y pasa a formar solo especialistas.

En plena Revolución Industrial, Newman vio cómo muchas universidades cedían a presiones utilitarias, olvidando que todas las ramas del conocimiento están conectadas entre sí. Hoy el riesgo es similar: vivimos entre algoritmos, métricas, y rankings que reducen la calidad de la educación a medir lo inmediato. Una universidad sin autonomía se ajustará a lo que otros desean de ella: reactiva, no creativa; repetitiva, no crítica; obediente, no libre.

Por eso preservar la autonomía universitaria supone que la institución pueda desarrollar su proyecto, garantizar la libertad de enseñanza, descubrimiento y creación, y mantener su propia identidad que busca la excelencia, el servicio y una mirada trascendente del mundo y el ser humano.

Newman nos recuerda que una universidad está viva mientras no se conforme. Mientras cambie, sí, pero sin perder el pulso de lo que la hace humana. Mientras se atreva a sostener su libertad incluso cuando incómoda. Porque vivir, también para una universidad, es moverse, dudar, arriesgarse, volver a empezar. Renunciar a hacerlo sería morir.

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