Columnistas

Mujer y madre

  • T+
  • T-

Compartir

Ayer domingo se celebró la fiesta de la Ascensión del Señor y el día de la madre. Tocó providencialmente así, pero es un buen signo. Nos habla de algo inherente al corazón de una madre: conducir hacia el corazón de Dios. Por lo mismo, aprovecho estas líneas a dirigirme a ellas. Primero de todo, a las que están solas, han sido abandonadas; las que sacan adelante a sus hijos a punta de trasnoches, cansancios, renuncias y silencios. Son muchas las mujeres madres que deben lidiar con la vida en un abandono casi total. Las hacen de padre y madre a la vez; de jefe de hogar, proveedor, maestro y profesor. Algunas cuentan con la ayuda de abuelas, alguna tía y de un padre semi-presente. Porque es verdad que padres que no tienen la tuición directa de los hijos han sabido ser responsables. Les conviene, ya que sus hijos lo sabrán reconocer algún día. Pero muchas madres se resignan a que el progenitor sea un ave de paso, de grandes promesas y alardes pero, al final del día, materia de desengaños, más peleas y frustraciones.



Pienso también en las madres que han perdido a sus hijos. No hay peor dolor que perder un hijo. Indescriptible. Se sufre en silencio, se masculla con lágrimas solitarias, al caer la noche, en la espera eterna de encontrar algún día a quien se perdió injustamente. Porque para un padre o madre nada lo hará entender que no se respete la ley de la vida, en que los mayores parten antes que los hijos. Pero sucede. Y no cabe más que resignarse humildemente a la misteriosa voluntad de Dios, que nos conduce por sus caminos insondables. Ya tendremos tiempo en el cielo de plantearle tantos “porqué” que ahora no tienen respuesta.

El corazón de una madre es un misterio que nos acerca como nada en el mundo al corazón de Dios. Una madre es capaz de lo impensable por sus hijos. Sobrecoge tanta entrega, tanta donación de sí. La madre es la única persona incondicional, aunque esté presente físicamente. Si es rechazada, perdona; si uno se equivoca, acoge. Si los demás no pueden con uno, abre la puerta y escucha. Si estamos felices, comparte nuestra alegría aunque tenga cientos de motivos para estar triste. Es la confidente, compañera y consejera más incondicional. Buen signo el que la celebráramos el mismo día de la Ascensión del Señor. Y a una semana de Pentecostés, en que María, la madre de Jesús, implora con los discípulos el Espíritu Santo. En ella tenemos un ejemplo de maternidad y entrega incondicional. En tiempos de aflicción, diríjale unas palabras de petición. No se decepcionará.

Lo más leído