Nuestra desconfianza y carencia de liderazgo
Cristián Saieh Socio Puga Ortiz Abogados. Director Programa Negociación UC
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Una protesta que termina con un Cristo destruido; el Liceo Barros Arana saqueado; recurrentes ataques incendiarios en La Araucanía; empresas que abusan de su posición; financiamiento ilegal de la política… Chile se encuentra sumido en una crisis profunda. ¿Qué nos pasa? ¿Qué ocurre con nuestras empresas, economía y gobernantes?
Hay dos respuestas plausibles. La más evidente es la grave crisis de confianza. La segunda, ausencia total de liderazgo. Vamos por la primera. Es cuestión de leer los titulares de la prensa o escuchar a personas debatir sobre cualquier tópico de políticas públicas; los ánimos se crispan rápidamente y se atribuyen las peores intenciones a la otra parte, comenzando la escalada de confrontación. Diversos estudios ratifican esto. La Encuesta Mundial de Valores 2014 indica que solo un 12% de los chilenos confía en la mayoría de las personas y un 70% prefiere ser precavido con los demás. En países con niveles de confianza más altos como Australia o Noruega, aquellos que confían en sus pares superan el 50%.
Más antecedentes: Chile está dentro del 30% de los países con menor confianza social mundial; es el quinto más desconfiado de Latinoamérica y el más desconfiado de la OCDE. Estos datos, sumados a esa percepción general de que la situación está mal, muy mal, cierran perfectamente el círculo. Y como desconfiamos de todo y de todos, el corolario es evidente: las personas, indignadas, exigen más control, sanciones y regulaciones. Es cierto que éstas ayudan, pero lo que prioritariamente necesitamos hoy es diálogo, cooperación y generación de consensos sobre aspectos básicos de nuestra convivencia social.
Nuevamente, si no hay confianza no existirá interés en escuchar al otro; si no escuchamos, no entenderemos y si no entendemos será imposible llegar a acuerdos. Así de sencillo. Entonces, para comenzar a generar confianza se requiere conocer los reales intereses de los actores que debaten (su agenda efectiva); establecer interacciones comunes que aseguren el cumplimiento de los compromisos y que validen al otro y un marco normativo moderno y flexible que castigue a aquellos que dañan el capital de confianza social. Y a lo segundo a que debemos apuntar es sumar nuevos liderazgos en los que se pueda confiar.
Lamentablemente las encuestas nos muestran mes a mes el creciente desprestigio de nuestros líderes políticos, que son precisamente los llamados a encauzar el diálogo y construir confianzas. Por su parte, durante estos dos años de mandato el gobierno agotó todo el capital de confianza con que llegó, lo que es una lástima porque no solo perdió una oportunidad; de alguna manera se las arregló para socavar los aspectos más básicos de nuestro modelo de integración social y económica que tanto esfuerzo tomó construir. No le queda más a este gobierno que jugar a empatar; no meter mucho más la pata para no dañar irreversiblemente las confianzas.
Llegó la hora del recambio y de nuevos liderazgos que estén descontaminados de los vicios actuales. Verdaderos servidores públicos que se la jueguen por unir y conducir más que en acaparar y confrontar a las personas.