Los chilenos y la religión
Padre Hugo Tagle. En twitter: @hugotagle
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Padre Hugo Tagle
La fe hace bien. Si fuésemos un pueblo más religioso, tendríamos menos problemas. Esto lo afirmo a raíz de las soterradas críticas que se hace a "las religiones" de tanto en tanto y que se desempolvan, sobre todo en este tiempo preelectoral. A algunos los nubla una especie de "laicismo" decimonónico, algo trasnochado, en que se confunden ataques a la Iglesia con la búsqueda, hay que decirlo, de una sana separación entre Estado e Iglesia, cosa que existe hace tiempo. Y eso es importante recalcarlo.
Cada vez que la Iglesia ha estado de alguna manera unida al poder civil, ha salido perdiendo. En libertad, opciones de servir, en espíritu apostólico. Entre más independiente esté la Iglesia del poder civil, tanto mejor. Algunos pensarán que nos convendría un poco más de unión, pero no es así. Una cosa es el justo trato que se le debe a las organizaciones eclesiales y religiosas de todo orden. Y otra muy distinta es una suerte de “alianza” en que la historia ya ha mostrado sus fatales consecuencias.
Lo que sí se debe esperar y exigir del Estado, es un justo respeto a las opiniones que las Iglesias den y a las sanas costumbres republicanas que hemos desarrollado en nuestra joven historia, entre ellas el cuestionado Te Deum pasado.
Las vivencias y experiencias religiosas de un pueblo son muy importantes para su desarrollo social, afectivo y humano. Lo repito: la fe, la vivencia y experiencia religiosa es muy importante para el desarrollo de una persona y, por ende, de su entorno, de la ciudad, del país. La experiencia religiosa, la referencia a un Dios padre común, nos hace experimentarnos como hermanos, hijos de un padre común, y no como meros individuos aislados que conviven casi por acaso en un mismo pedazo de tierra. Solo lo religioso regala la consistencia necesaria para vivir como personas con conciencia de patrimonio común.
La fe vivida, y no como mera formalidad fría y apagada, regala fortaleza, renueva en la capacidad de enfrentar la adversidad, permite sortear mejor las dificultades de la vida. Nos serena, templa y regala sabiduría en los momentos difíciles. Si viviésemos lo bueno que decimos creer, la pobreza disminuiría, las familias estarían más unidas, los vecinos se tratarían mejor.
Una fe cristiana auténtica, es tolerante, paciente, respetuosa de la diversidad, de quien piensa distinto. No busca imponer su credo sino sanamente mostrar su punto de vista, valorando lo bueno del otro. Se deja complementar y más convence por su buen ejemplo que por sus palabras.