Olor a pescado
Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle
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Padre Hugo Tagle
Triste coincidencia entre desastres naturales y la industria. En el drama de los pescadores de Chiloé será difícil dimensionar cuánta responsabilidad le toca a las salmoneras y cuánto al cambio climático, como se ha dicho. Quizá no tengan ninguna culpa. Quizá sí. Pero el punto es otro: No debería existir ninguna sombra de duda de su inocencia. Los argumentos a favor de la industria, en este y en cualquier caso en que se vea alterado el orden natural de las cosas, debería ser lapidario y cristalino. Si no es así, si hay que dar tanta explicación, mostrando estudios -poco convincentes por lo que se ve- estamos mal.
De toda industria debería poder decirse que ha sido un plus para la sociedad, que han agregado valor a su entorno; que, incluso han logrado mejorar tanto el medio ambiente que han evitado desastres naturales. En esto no hay suma cero o jugar al empate. No se trata de que la industria no perjudique a su entorno. Hoy, se trata de que ella signifique realmente un aporte. Y eso no se ve. Se han sumado demasiadas tristes experiencias: los cerdos en Freirina, los proyectos hidroeléctricos, los cisnes muertos en Valdivia. En otro orden, pero igualmente un fiasco, el puente de Cau-Cau.
Tristes coincidencias que deberían invitar a los industriales a repensar la forma en que abordan nuevos proyectos, de manera que sean sustentables en el tiempo, que aporten y mejoren el entorno, que resulten amigables y “queribles” por la comunidad.
El Papa Francisco subraya en Laudato Si la “urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad”, porque “los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre”. Urge, siguiendo al Papa, “ampliar la mirada” y orientar y colocar la técnica e industria “al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral”. La codicia rompe el saco. Las ganas de ganar pronto y rápido, nos están pasando la cuenta.
No nos asombremos de la mala fama de “las empresas”. Ella es fruto de las malas prácticas de unos pocos. No es la sociedad, ni la prensa, la que la ha alimentado. Son ellos mismos. Se lo he dicho a más de un empresario: no conozco gremio que hable tan mal de sus iguales como éste. Hora de una buena autocrítica. Para que nos volvamos a alegrar con los buenos emprendimientos, esos que dan trabajo, que levantan zonas deprimidas, que mejoran la calidad de vida de las personas.