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Primer año del gobierno: un viaje a ninguna parte

Evaluar el primer tramo de un gobierno como el de Sebastián Piñera entraña dificultades debido a la excepcionalidad generada por el 27-F. Sin embargo, el ejercicio es un deber y afloran análisis en base a distintos criterios. 


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Evaluar el primer tramo de un gobierno como el de Sebastián Piñera entraña dificultades debido a la excepcionalidad generada por el 27-F. Sin embargo, el ejercicio es un deber y afloran análisis en base a distintos criterios. 


Se recurre a las encuestas, las que arrojan que el rechazo es mayor que la aprobación presidencial, algo sorpresivo y también riesgoso. También a las promesas de campaña o bien a su estilo, marcado por un personalismo que, junto con ahuyentar a los partidos revela rasgos que, según algunos, lesionarían el desempeño presidencial sobrio y republicano al que estábamos acostumbrados. 
Una de las críticas más insistentes es la carencia de un relato. No nos engañemos. El actual gobierno sí tiene un relato, centrado en la eficiencia en la gestión. Así como la crisis financiera internacional proveyó las condiciones de contexto para que el relato de la protección social de Michelle Bachelet pudiera expresarse en plenitud y dejar con dos palmos de narices a los que insistían en la ausencia o bien insuficiencia de dicho relato, este gobierno pudo expresarlo en el exitoso rescate de los mineros. Otra cosa es que haya caído en la obsolescencia, producto de sus propias incapacidades: por un lado, vemos una cotidianeidad gubernamental volcada en las renuncias, las desprolijidades y hasta los mismos vicios de cuoteo que tanto le criticaron a las gestiones anteriores y, por otra, una política comunicacional que, vaciada de pasión, prioriza la imagen sobre el contenido, bajo el supuesto de que somos tontos. 
Si bien se observa un intento por encantar a la ciudadanía con la prédica de la recuperación de la senda del crecimiento y, en ese marco, del aumento del empleo, lo concreto es que el contraste entre buenos indicadores objetivos y su evaluación pasa por la experiencia subjetiva. Habría que preguntarles a los chilenos que han accedido a nuevos empleos si éstos reúnen las condiciones de decencia que nos acercarían al desarrollo. En una de esas, se confirma esa difusa sensación de que estamos viajando a ninguna parte.

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