Editorial

Para Rusia, la guerra más costosa

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La invasión rusa de Ucrania cumplirá dos meses este domingo y ya es claro que la guerra desatada por Vladimir Putin -más allá de cuál sea su desenlace en el campo de batalla- traerá para su país nefastas consecuencias que podrían proyectarse por décadas.

El cúmulo de sanciones internacionales en contra de Rusia -no solamente económicas- no tiene precedentes. Solo eso ya supone un costoso lastre del cual será difícil recuperarse en el corto plazo, pero a eso se suma el hecho de que, en lugar de robustecer su posición estratégica, Moscú ha creado precisamente el tipo de condiciones que la debilitan.

La agresión rusa queda al desnudo como la sangrienta, arcaica e inaceptable expansión territorial que la mayor parte del mundo está condenando.

Países vecinos como Suecia y Finlandia, que por décadas habían evitado un acercamiento a la OTAN que fuera interpretado como una maniobra hostil por Rusia, hoy parecen más inclinados a reconsiderar la posibilidad de integrarse a esa alianza, algo que la anexión ilegal de Crimea en 2014 ya había alentado. Ambos han anunciado, además, significativos aumentos en sus presupuestos de defensa, al igual que otras naciones europeas.

No sólo eso. La agresión rusa ha motivado una reacción de otras potencias -como Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania- que hasta hace muy poco hubiera parecido inverosímil: la decisión de entregar armas y dinero a Ucrania para asistirla en su defensa. Si a eso se agregan los esfuerzos europeos, en especial alemanes, por reducir su dependencia de la energía rusa en el futuro, el actual cerco económico contra Moscú amenaza con volverse una pérdida permanente para la economía rusa.

La creciente evidencia de crímenes de guerra -con ejecuciones de civiles y fosas comunes, entre otros crudos ejemplos- agrava las perspectivas para Moscú, pero es sobre todo la férrea defensa ucraniana de su territorio lo que más revela el errado cálculo militar y político del agresor. Así, por ejemplo, ante la heroica resistencia de los defensores de la ciudad de Mariupol -sobrepasados en número y potencia de fuego-, la agresión rusa queda al desnudo como la sangrienta, arcaica e inaceptable expansión territorial que la mayor parte del mundo está condenando.

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