Guerra comercial, ¿amenaza o realidad?
Manuel Bengolea Gerente general Octogone Chile
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Manuel Bengolea
Esta no será la primera ni la última guerra comercial que EEUU inicia. En 1930, el presidente Hoover subió unilateralmente los aranceles con la tristemente famosa Ley Hawley-Smoot, y a pesar de que éste tenía temores sobre el impacto negativo que generaría en crecimiento, empleo y consumo, prefirió seguir el amén a quienes sostenían que la adopción de aranceles beneficiaría la industria estadounidense y a sus agricultores. El resultado fue, como muchos anticiparon, las represalias comerciales de sus principales socios. En el corto plazo los efectos fueron positivos, pero con el transcurso de los meses se visualizaron los perjuicios en el comercio internacional y en las exportaciones.
El presidente Trump puede estar alardeando, con fines electorales o mediáticos, sin embargo no debe olvidar que las represalias no tardarán, y es ahí donde las consecuencias podrían ser negativas, tanto en lo político como en lo económico. Si China impone, en retaliación, tarifas a los productos agrícolas estadounidenses (soya, cerdos y cereales), los estados más afectados serán los agrícolas, que votaron abrumadoramente por Trump. Por otra parte, las mayores exportaciones de China a EEUU son electrónica y equipos eléctricos, muchos de los cuales son producidos por empresas americanas, como Apple. El efecto en las utilidades de estas empresas y en los consumidores americanos será bastante impopular, más aún cuando las “midterm elections” son a fines de este año.
El gobernante americano debería saber lo anterior, o al menos sus asesores deberían, como también estar al tanto que los aranceles a las importaciones desde China son un arma complicada de manejar. Si lo que el presidente desea es sentar a los chinos en la mesa de negociación, creo que existen formas más sutiles de hacerlo, pues el estilo “cowboy” de mostrar el arsenal y amenazar con él, equivaldría a emplear bombas racimo como insecticida.
Para China la situación tampoco es baladí, pues mantener el crecimiento con las exportaciones cayendo y con el elevado nivel de deuda, tendría un efecto importante en lo económico. Una caída en las reservas de moneda extranjera acentuaría una fuga de capitales, lo que llevaría al gobierno a aumentar los ya extensivos controles de capitales. Todo lo anterior produciría una más que segura devaluación del yuan. Esto no son buenas noticias, ni para China ni para el resto de las economías que comercian con ella, entre las cuales está Chile.
Por lo tanto, asumiendo que los intereses económicos y políticos primaran en las decisiones políticas de los presidentes de EEUU y China, es bastante probable que las balas preparadas para esta guerra comercial sean de salva. Tengamos en cuenta que de las anunciadas tarifas de 25% a las importaciones de acero a EEUU, ya están exentos Canadá, México, Unión Europea, Argentina, y otros, con lo cual la grandilocuencia del anuncio se ha diluido significativamente en la realidad. Pareciera que comunicar medidas que cumplen con su programa, y no hacer mucho para materializarlas, es la estrategia elegida por Trump (táctica conocida en Chile) y cuyo resultado no dura más que algunos días de barullo en redes sociales.