Ignacio Arteaga

Si Enrique pudo, ¿por qué nosotros no?

Ignacio Arteaga E. Presidente de USEC

Por: Ignacio Arteaga | Publicado: Martes 8 de mayo de 2018 a las 04:00 hrs.
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Me encontré con la última publicación del Papa Francisco, en que nos llama a ser santos, ni más ni menos, y me llevé un par de sorpresas que quiero compartir. Habla de “la clase media de la santidad”, de los “santos de la puerta de al lado”, aquellos que se entregan cada día, anónima y silenciosamente, de modo que sus acciones tienen sentido evangélico y los asemejan a Cristo. Sin palabras complicadas ni rodeos, nos dice que el camino de la santidad pasa por el centro de nuestros puestos de trabajo, y que no es opcional: si queremos vivir nuestra vida de cara a Dios, debemos incluir lo que hacemos en el trabajo.

Es una lectura rápida y directa, que no pude dejar de relacionar con un par de encuentros que he tenido y que reflejan una inquietud muy extendida entre los hombres y mujeres de empresa de nuestro país.

Primero fue un empresario, hijo y nieto de empresarios, quien me contaba, perplejo, que ni su hijo universitario ni sus compañeros querían ir a trabajar a una empresa como la suya, sino que aspiraban a ir a trabajar a alguna fundación, a una ONG o una “empresa B”. Hablo de empresas grandes, consolidadas, serias, profesionalmente desafiantes, pero que, por alguna razón, no entraban siquiera en el mapa mental de esta nueva generación. Luego, me encontré con una persona que no veía desde hace tiempo; estaba muy contento. Había dejado su cargo de alto ejecutivo para embarcarse en un emprendimiento social. “Un día llegué temprano a la casa, a ayudarle en las tareas a mi hija menor. Al rato me di cuenta de que había estado todo el día en la oficina haciendo justo lo contrario de lo que le estaba enseñando a mi hija en su tarea; me di cuenta de que, en el último par de años, el éxito de mi trabajo consistía en ser una mala persona”, me dijo.

Las empresas producen beneficios a todos los actores de la sociedad, y están haciendo esfuerzos notables por conectar cada vez mejor con cada uno de ellos. Pero parece que les está faltando la épica, la mística, la convicción, que hace vibrar las fibras profundas del corazón. Algo pasa que algunas personas no están encontrando en las empresas una motivación trascendente, un sentido para su vida, y la están buscando en otras partes. Y eso no tiene por qué ser así necesariamente. Viene a mi cabeza un ejemplo.

Un centenar de trabajadores, varios de ellos afiliados a un sindicato comunista, van libre y espontáneamente a donar sangre para intentar salvar la vida del gerente general de la empresa en que trabajan. En un momento de lucidez, poco antes de morir, el empresario agradece a los trabajadores: “Puedo decirles que ahora casi toda la sangre que corre por mis venas es sangre obrera. Estoy así más identificado que nunca con ustedes a quienes siempre he querido y considerado, no como simples ejecutores, sino también como ejecutivos”. Ocurrió en Argentina, en 1962, y el gerente de esa empresa se llamaba Enrique Shaw. Hoy tiene expediente abierto en un proceso de canonización.

¿Es absurdo pensar en empresarios santos? ¿Que sean santos sin dejar de ser empresarios? Si nadie lo intenta, nunca lo sabremos. Todos le dirán que no, que no se puede, que ni lo intente siquiera. ¿Le suena conocida esa canción? Es la canción que oyeron todos los empresarios exitosos cuando partieron con su negocio y nadie apostaba por ellos.

En USEC nos toca conocer a muchos hombres y mujeres de empresa que, a pesar de las debilidades, quieren vivir día a día una vida plena, dándole un sentido profundo y trascendente a su trabajo. ¡Qué es eso si no el llamado a la santidad! Quieren entregarse al servicio de los demás a través de su labor en la empresa. ¡Qué es eso si no el llamado a la santidad! A pesar de las dificultades de la vida, quieren vivir un gozo profundo y una paz interior que el mundo no les puede dar. ¡Qué es eso si no el llamado a la santidad! Quieren dejar huella en las personas que los rodean y acompañan. ¡Qué es eso sino el llamado a la santidad! ¡Vamos adelante! Si Enrique pudo ¿por qué nosotros no?

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