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Más hechos y menos palabras

Lucy P. Marcus

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En la política pública, las conversaciones de paz, las campañas electorales o la estrategia empresarial, exponer intenciones, promesas y compromisos nunca es suficiente. Es tan sólo un primer paso hacia un fin deseado... y totalmente carente de sentido, a no ser que se den el segundo, el tercero y todos los necesarios pasos siguientes. Además, al darse el primer paso, se pone en marcha el reloj de la confianza de los demás en que se darán de verdad los pasos siguientes o, si no, se corre el riesgo de infundir la falsa impresión de que, si no se ha alcanzado un objetivo determinado, ha sido porque las intenciones eran erróneas (o irrelevantes) y no por una ejecución inadecuada. Podemos ver ejemplos de ello prácticamente dondequiera que miremos.


Pensemos en el anuncio hecho el pasado mes de enero por el Banco Central Europeo de que aplicaría la relajación cuantitativa. En aquel momento, muchos dirigentes parecieron pensar que esa iniciativa del BCE sería suficiente: anuncio hecho, dinero acuñado, economías de nuevo encarriladas. Lamentablemente, no es así como funciona la política monetaria: la RC no será suficiente y nadie debería dar prueba de ingenuidad al respecto.


Para volver a encarrilar las economías, la RC es un paso útil, pero sólo como parte de un plan de medidas más amplio. A falta de otras reformas económicas, la RC por sí sola no puede producir los cambios necesarios para reactivar el crecimiento y, si no se aplican las reformas ni se materializa el crecimiento, es probable que los políticos lo achaquen a la RC y no a que ellos no hayan adoptado todas las medidas posteriores para avanzar hacia la recuperación económica.


Ahora pensemos en la libertad de expresión. A raíz de la matanza sufrida el mes pasado por la revista satírica Charlie Hebdo en París, los dirigentes mundiales corrieron al lugar del crimen, enlazaron sus brazos y se manifestaron en apoyo de la libertad de expresión como principio fundamental de las sociedades civilizadas. El siguiente paso natural para muchos de ellos debería haber sido volver a sus países e inmediatamente aplicar dicho principio, pero se limitaron a regresar y nada más.


Las campañas electorales son el ejemplo por excelencia del fenómeno. Este año se van a celebrar al menos siete elecciones generales en países miembros de la Unión Europea: Estonia, Finlandia, el Reino Unido, Dinamarca, Portugal, Polonia y España. Añadamos las elecciones presidenciales del año que viene en Estados Unidos, precedidas de una campaña que ya ha comenzado, y podremos esperarnos muchas promesas flotando en el aire.


Cuando los votantes de esos países se vean inundados por buenas intenciones, garantías resonantes y compromisos solemnes, abrigarán la esperanza de que los partidos y los candidatos vayan hasta el final, si son elegidos. Como el acceso a la información es tan fácil y la comunicación tan instantánea, si no llevan hasta el final sus promesas y compromisos, dejarán de convencer a la mayoría de la población.


También las empresas hacen campaña. Envían a sus dirigentes ante órganos legislativos para expresar su arrepentimiento por infracciones graves y prometer un buen comportamiento en el futuro y, sin embargo, los titulares rebosan, como siempre, de historias de comportamientos empresariales carentes de ética, si no claramente delictivos. Lamentablemente, demasiados dirigentes empresariales persisten en considerar el mundo dividido entre "nosotros" y "ellos", en vez de intentar entender por qué, a falta de acciones vigorosas, nadie confía en ellos.


Los comienzos son decisivos, pero no bastan. No existe una solución fácil para la economía de la zona del euro, para Grecia, para Ucrania o para cualquiera de los demás problemas que afrontamos actualmente, pero, si los protagonistas no están convencidos de que a los anuncios, las promesas electorales y los acuerdos de paz seguirán acciones claras y decididas, deberían pensárselo dos veces antes de abrir la boca.

Copyright Project Syndicate 2015

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