Editorial

¿Hacia una nueva “década perdida”?

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Luego de una década de crecimiento económico mediocre, existe el riesgo de que Chile -y en general América Latina- enfrente otros diez años aun peores. Esto significa que después de lo que algunos analistas llaman “la segunda década perdida” -por referencia a la primera, que marcó la crisis de la deuda en los años 80-, la región estaría enfrentando su tercera década perdida, con sus concomitantes efectos de retroceso en los indicadores sociales y, en el mejor de los casos, estancamiento del progreso socioeconómico.

En el caso de Chile, la proyección de Consensus Forecast -que se realiza dos veces al año y considera las estimaciones de 25 departamentos de estudios, bancos de inversión y universidades- adelanta que el crecimiento del PIB promediaría un 1,9% entre 2023 y 2033. Si bien en este magro desempeño incide la contracción de 0,4% que se prevé para este año, incluso en el mejor año del período (2025) el crecimiento apenas alcanzaría un 2,5%, menos de la mitad de lo que caracterizó a la primera década del siglo. También el consumo y la inversión exhibirían cifras poco alentadoras en los próximos diez años.

La preocupación por lo que parece una pérdida estructural de dinamismo en la economía chilena no tiene un lugar prominente en la agenda pública.

Presumiblemente, nuevos factores podrían mover al alza estas estimaciones. El Gobierno confía en que elementos como el litio y el hidrógeno, sumados a políticas puntuales como las agendas de productividad y proinversión lograrían elevar en dos puntos porcentuales el PIB tendencial de Chile en los próximos 25 años.

Dicho esto, otros indicadores invitan a la sobriedad, como el hecho de que Chile ha venido perdiendo posiciones en dimensiones como competitividad, productividad y libertad económica en la última década, según distintos rankings.

La preocupación por lo que parece una pérdida estructural de dinamismo en la economía chilena no tiene un lugar prominente en la agenda pública; ciertamente tampoco en la agenda del Gobierno, que enfatiza más el componente redistributivo de la política económica -como evidencian las reformas de impuestos, pensiones e isapres-, con una fuerte centralidad del Estado. El verdadero motor del crecimiento, el sector privado, pierde protagonismo en esa mirada, algo que arriesga convertir el temor de una nueva “década perdida” en profecía autocumplida.

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