Editorial

Ratificación del TPP-11, en buena hora

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El jueves pasado la Cancillería finalmente depositó ante Nueva Zelanda la ratificación del TPP-11, abandonando la intención anterior de cumplir con ese trámite sólo una vez que estuvieran firmadas las llamadas “side letters” (cartas bilaterales) por aquellos países a los que Chile las solicitó. Sólo tres países han confirmado las respectivas cartas -Canadá descartó esa vía- y el propio Ejecutivo había planteado inicialmente que la espera por las respuestas podía retrasar la ratificación del tratado comercial hasta el próximo año, lo que no estimaba especialmente problemático.

El contexto económico no admite dilaciones de tipo ideológico a un acuerdo que puede ser un impulso al comercio en tiempos difíciles.

Todo indica que una combinación de presión política y malas perspectivas económicas a mediano plazo -es decir, de realismo- convenció al Gobierno de que postergar la ratificación de un tratado como este sería, a la larga, económica y políticamente costoso. En efecto, diversas autoridades de la actual administración han sido duros críticos del TPP-11 y el propio Presidente Boric se mostró contrario al acuerdo en su campaña electoral.

La aprobación del mismo en el Senado en octubre pasado -luego de cuatro años de inexplicable paralización- fue muy resistida por el ala más izquierdista del oficialismo, donde se llegó a decir que el tratado era una traba “al desarrollo social y económico” e incluso que ponía en riesgo la autonomía de Chile en materia de política pública doméstica. También en Cancillería algunas voces han puesto en duda que el TPP-11 suponga beneficios tangibles para Chile, suspicacia que han extendido al libre comercio en general, en tanto estrategia de inserción internacional, pese a las innegables ventajas que ha traído para el país a lo largo de cuatro décadas.

Por ende, la decisión de no seguir demorando la ratificación del TPP-11 -que debería entrar en vigencia a fines de febrero- no puede atribuirse a un súbito cambio de opinión, sino más bien al reconocimiento de que el contexto económico del país no admite dilaciones de tipo ideológico. Este acuerdo no es de ningún modo una panacea a nuestros problemas, pero sí puede ser, al menos, un valioso impulso al intercambio comercial en tiempos difíciles.

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