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Conversar no es gratis

Vicerrector de Innovación y Desarrollo Universidad del Desarrollo

Por: Daniel Contesse | Publicado: Miércoles 18 de mayo de 2016 a las 04:00 hrs.
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Los economistas le llaman costo de oportunidad al hecho de no poder hacer algo por encontrarnos haciendo otra cosa. Es básicamante un llamado de atención para que tengamos presente que todo en la vida tiene costo, que cuando emprendemos una acción, estamos optando por no emprender otra, y que eso no es gratis. Este concepto se usa especialmente en el mundo de las decisiones económicas, pero es válido mucho más allá.

Se dice que no debemos negarnos al debate y que la democracia consiste en discutir sobre todo abierta y libremente. Compartiendo esta idea en lo general, es importante tener muy presente que en el ámbito del diálogo, la conversación y la discusión política también existe costo de oportunidad. El país, la sociedad, los políticos y la opinión pública tienen una capacidad limitada para abordar debates y conversaciones. Cuando optamos por una, dejamos de lado otras. La pregunta entonces es si el costo de oportunidad de nuestras actuales conversaciones está siendo muy alto. Me temo que altísimo.

En un tiempo en que otros países conversan sobre cómo crecer para que todos sean más prósperos, nosotros conversamos sobre cómo repartirnos la riqueza ya creada. Ahora que muchos países ya entendieron que la clave está en un sistema de educación potente y de calidad y que esto parte en la educación preescolar y escolar, nosotros seguimos enfrascados en discusiones ideológicas antiguas sobre si los ricos deben o no pagar la universidad. Cuando otros hablan de cómo crear más, mejores y más diversas iniciativas universitarias que aporten al progreso del país, estamos discutiendo sobre cómo regularlas y acotarlas en su ámbito de acción. Cuando en otros países el eje de la conversación versa sobre el futuro, la ciencia, la tecnología, la innovación y la libertad de emprender para aumentar la competencia, acá seguimos pegados en una conversación sobre el Estado regulando el quehacer privado. Mientras en otras parte del mundo se conversa sobre cómo adaptamos el mercado laboral a los nuevos tiempos y así damos más espacio para que jóvenes, mujeres y mayores se integren al mercado laboral según sus intereses y condiciones, aumentando así la capacidad productiva del país y mejorando el nivel de vida de todos, acá hablamos de cómo hacemos el sistema más rígido y cómo protejemos a los que ya tienen trabajo en desmedro de los que no. En definitiva, mientras en otras latitudes están mirando el futuro y entienden que lo relevante es encontrar soluciones prácticas y efectivas a los problemas que nos tocará enfrentar, en Chile seguimos pegados en una discusión sesentera que poco tiene de realista. Esperamos que una nueva Constitución, que la declaración en papel de nuevos derechos o que la creación de nuevas regulaciones y organismos públicos nos arreglen los problemas por decreto. Nos estamos dando un caro gustito de seguir hablando de lo que soñamos en un mundo ideal, cuando deberíamos estar hablando de lo que podemos, y de cómo lo logramos.

Mientras otros países siguen corriendo y nos pasan por el lado, nuestros pobres siguen esperando, los desempleados aumentan, el crecimiento baja, la capacidad para abordar los problemas y desafíos sociales disminuye, los emprendedores abandonan, los trabajdores pierden sus incentivos y seguimos pegados en una conversación idealista, envalentonados por un grupo que grita fuerte, pero que poco entiende de la realidad y de las leyes naturales. Es tiempo de cambiar radicalmente la conversación y volver a poner la mirada en el futuro, ser realistas y desempolvar algunos libros de historia para repasar lecciones sobre los muchos intentos fallidos a nivel mundial y nacional de construir un mundo ideal. Esta conversación de nuevos derechos y regulaciones está entretenida y diría que hasta bonita, pero nos está saliendo muy cara.

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