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DF Tax | Vergüenza

Ignacio Gepp, socio de Puente Sur

Por: Ignacio Gepp | Publicado: Jueves 30 de marzo de 2023 a las 04:00 hrs.
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Ignacio Gepp

Para los que somos fanáticos de la serie Juego de Tronos, escuchar al ministro Marcel señalar que el rechazo a la idea de legislar la reforma tributaria sería celebrada por evasores y por quienes los asesoran, no pudo sino recordar aquella escena donde Cersei Lanister debía expiar sus culpas caminando por la ciudad bajo los insultos y escupitajos de los fanáticos súbditos de su hijo en Desembarco del Rey, gritándole: ¡vergüenza!

Así como Cersei fue humillada y castigada, nuestro renombrado ministro decide castigar también a quienes se opusieron a su reforma fiscal. Vergüenza para los opositores al proyecto.

Si bien el rechazo a la idea de legislar, y como lo ha dicho en el pasado nuestro presidente, “es una legítima decisión en función de la evaluación del contenido de un proyecto determinado”,  no es menos cierto que para los ciudadanos de a pie inhibir el debate es un ejercicio intelectualmente deshonesto. La mayoría de los políticos parecieran no estar de acuerdo.

“Es fundamental dejar de criminalizar, como lo ha hecho el ministro Marcel al hablar de evasores celebrando el rechazo a su reforma, a quienes ya sea por criterios técnicos o políticos piensen distinto. Como nos advirtió Ricardo Lagos, no hay que seguir contribuyendo con el ‘estado de odiosidad’ en Chile”.

En esa línea, el senador Javier Macaya comparte que, como oposición, estaban “(…) ideológicamente obligados a votar en contra de la reforma tributaria (…)”, al considerar que “(…) era un proyecto mal planteado que no se iba a poder corregir en el trámite”.

Tanto el presidente Boric como el senador Macaya convergen en que una vez en discusión un proyecto tributario, los cambios posibles son marginales.

Parece entonces que el rechazo a la idea de legislar un proyecto tributario no es el resultado de un duelo entre evasores y cumplidores como el ministro Marcel pareciera pensar, sino una manifestación de la desesperanza que rodea la discusión sobre impuestos, y donde tanto Chile Vamos como el Frente Amplio concuerdan en que no hay mucho que hacer dentro del Congreso.

Si el resultado obtenido por el proyecto del ministro Marcel da cuenta de una debilidad del sistema más que del proyecto en sí, quizás el Gobierno quiera dejar de pensar binariamente en que quienes están en desacuerdo con él son evasores, o peor aún, asesores, y que quienes lo apoyan son patriotas, y ver en este rechazo una oportunidad que no tuvieron sus predecesores.

En efecto, los dos gobiernos que precedieron al actual ingresaron proyectos de reforma tributaria que, sobreviviendo su voto inicial, causaron estragos en nuestro Parlamento, y que llevaron a pobres negociaciones donde terminamos con un sistema tributario sin norte o razón de ser, y que francamente tiene menos adeptos que capacidad de asientos el estadio de la U.

A nivel fiscal, la presidente Bachelet nos heredó con incomodidad una esfinge incomprensible que es el sistema semi-integrado, muy distinto al unicornio con el que soñaba el exdirector Jorratt. Posteriormente, el presidente Piñera contribuyó al desequilibrio de la mano del IVA a los servicios para financiar la PGU, y una exención a las sociedades de profesionales para quedar bien con las Pymes, pero que ni con ayahuasca logra entenderse. Solo deudas heredamos.

Al decir de un connotado profesor de Derecho Tributario, el sistema tributario necesita estabilizarse.

Si bien, y según su biografía oficial, el derecho puede no ser lo que llene al presidente, lo cierto es que construir un gran acuerdo sobre un sistema tributario armónico podría llegar a ser su gran legado y, con un poco de buena política, la piedra angular sobre la que se base ese Estado que tanto anhela.

¿Para qué objetivo queremos trabajar?

Algunos apelarán a San Büchi, proponiendo generalizar un sistema que incentive la capitalización y el ahorro como el que hoy tienen las Pymes.

Otros querrán seguir rezando el evangelio de la OECD, e incorporar por ejemplo las medidas recaudatorias propuestas bajo el Pilar II que garanticen a nivel global un impuesto corporativo mínimo con tasa efectiva del 15% para grandes multinacionales.

Independiente de la ideología a la que adhieran nuestros líderes, los objetivos son los que nos llevan a las medidas tributarias. Ni recaudar ni diferir tributos son fines en sí mismos.

Hay algunas victorias obvias pero que requieren de liderazgo:

  • Modernizar nuestro desbalanceado sistema de impuestos personales;
  • Eliminar elementos que permiten el arbitraje tributario, como por ejemplo la mal concebida exención de IVA a las sociedades de profesionales;
  • Generar incentivos a la inversión directa con medidas de control para evitar que se vuelva a desvirtuar el sistema como ocurrió con el FUT, hoy enterrado gracias a un grupo de expertos y expertas en jugar con registros tributarios;
  • Establecer incentivos claros a nivel fiscal al trabajo y emprendimiento formal; y,
  • Generar un discurso de moral tributaria transversal, donde tanto el exigir la boleta en el almacén, imponer los sueldos, reconocer las rentas pasivas que tengo desde el Caribe, o pagar intereses a tasas de mercado a la casa matriz de una multinacional, sean imperativos exigibles no sólo de la clase media y los ricos, sino de todos los contribuyentes.

Cuando alguien encuentra una buena justificación para saltar el torniquete, varios más lo siguen. Con o sin excusa, el que puede, puede.

Finalmente, es fundamental dejar de criminalizar, como lo ha hecho el ministro Marcel al hablar de evasores celebrando el rechazo a su reforma, a quienes ya sea por criterios técnicos o políticos piensen distinto. Como nos advirtió don Ricardo Lagos, no hay que seguir contribuyendo con el “estado de odiosidad” en Chile.

Si la máxima autoridad de Hacienda se da licencia para ocupar términos asociados a un delito tributario respecto de sus oponentes ideológicos, ¿cómo deben sentirse resguardados el resto de los ciudadanos que no concuerdan con el Ejecutivo? ¿Son delincuentes? No, y el ministro lo sabe.

Vergüenza no es lo que uno le debe desear a este gobierno, sino la ambición de querer trascender en base a una obra que eludió a quienes con muchísima más experiencia fracasaron: un sistema tributario estable del que puedan sentirse políticamente orgullos.

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