Una libra esterlina más débil es bienvenida, pero no es una panacea
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La libra esterlina está cayendo ¡Hurra! El necesario reequilibrio de la economía británica pide una mayor depreciación del tipo de cambio real. Si el llamado de Sir Mervyn King, el gobernador del Banco de Inglaterra (BoE, su sigla en inglés), para realizar compras de activos por 25 mil millones de libras en la reunión de febrero del comité de política monetaria provoca una caída significativa de la libra, habrá realizado un afortunado golpe político.
Sir Mervyn dispuso de requisitos para una recuperación económica duradera en su presentación del reporte de inflación a comienzos de este mes: “debemos enfocar nuestros esfuerzos en dos áreas. La primera es ejecutar medidas que impulsen la capacidad de oferta de nuestra economía… lo segundo es encontrar maneras de impulsar la demanda para nuestros productos para producir el reequilibrio que la economía británica necesita ver”.
Los datos sugieren que la manufactura del Reino Unido se mantiene no competitiva en relación a los servicios, los que son menos dependientes del comercio. La tasa neta de retorno de capital de manufacturas fue 4,7% en el tercer trimestre, frente a un 16,9% en servicios. El argumento de que el tipo de cambio real está sobrevaluado parece abrumador. Con la demanda débil en el extranjero, los exportadores necesitarán toda la ayuda que puedan tener.
¿Se puede tener demasiado de lo bueno? Sí. Pero los amplios índices reales y nominales ponderados al comercio muestran que la libra aún está bien dentro de los rangos establecidos desde su tremenda crisis financiera en el otoño boreal de 2008. Estaría feliz de ver a la libra más débil. Y sospecho que Sir Mervyn también. Esta es una manera relativamente atractiva de entregar alivio monetario. Haría sentido para el BoE comprar divisas extranjeras en vez de bonos del Tesoro británico.
Lo más importante es que es probable que un país con una moneda flotante vea que el ajuste a cambios en las preferencias de portafolio llegue a través de movimientos en el tipo de cambio, en vez de los precios de los bonos. Si el tipo de cambio hubiera sido fijo, los rendimientos en los bonos británicos de más largo plazo habrían subido más de lo que lo hicieron. Tal como están, se mantienen en niveles históricamente bajos. Datos sobre bonos convencionales e indexados sugieren un modesto empeoramiento de las expectativas de inflación, aunque no suficiente para justificar un ajuste. Pero este hecho, combinado con un debilitamiento de la libra, apoya la preocupación de la mayoría respecto de mayores compras de activos.
Como Sir Mervyn recomienda, otra parte de una estrategia prudente consiste en medidas que apuntan a alentar la oferta. La respuesta debe centrarse en expandir la inversión.
Dos recientes e interesantes informes aclaran cómo cumplir con este desafío fundamental. En “Invirtiendo para la Porsperidad”, la Comisión de Crecimiento de London School of Economics argumenta a favor de cambios institucionales radicales, para promover más inversión pública (y privada) eficiente. Las propuestas son tecnocráticas. Una buena propuesta adicional es aumentar la compensación para aquellos afectados negativamente por los proyectos. Un beneficio crucial de un mejor sistema para evaluar e implementar inversiones sería una designación ampliamente superior de recursos.
Hacer que estos cambios funcionen será difícil. Sin embargo, el suministro de infraestructura no ha funcionado bien en el Reino Unido. Esto en parte se debe a que es tan politizado. También se debe a que el gasto de capital es lo primero en ser atacado en una crisis. Eso ha sido así esta vez. En el presupuesto de emergencia de 2010, la inversión pública neta para 2015-2016 fue reducida a apenas 1,1% del PIB, desde el 3,5% en 2009-2010.
Uno no debería olvidar la potencial contribución de la inversión a la demanda. En un aporte para Lombard Street Research, Christopher Smallwood defiende el argumento keynesiano de mayor inversión. Para hacerlo más aceptable para los mercados, sugiere que el gobierno continúe con su programa de reducción del déficit en el presupuesto actual, pero que los préstamos adicionales estén vinculados directamente a proyectos y programas de inversión específica.
La economía británica luce muy mal: la inflación es obstinadamente alta, la producción es baja y el déficit fiscal es grande. A pesar de la austeridad, los préstamos subyacentes están estancados a niveles muy altos. Entonces, ¿qué hay que hacer? El BoE tiene razón en aceptar que la inflación pase de largo, siempre y cuando las presiones de costo en casa sigan bajos. La caída de la libra podría ser económicamente útil, aunque sugiere precaución en la adquisición adicional de activos de gran escala.
Sin embargo, el gran desafío es conectar más estrechamente la política monetaria y fiscal, en un esfuerzo por promover la demanda, mientras vincula la oferta subyacente. Esto no se puede hacer sin repensar las políticas de inversión pública en un momento de tasas históricamente bajas. La responsabilidad es del gobierno. Debe actuar con rapidez.