LOT
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 22 de noviembre de 2013 a las 05:00 hrs.
Familiar de Abraham y residente en Sodoma, recibió Lot orden divina de abandonar esa ciudad pecadora, para así salvarse él con su familia. La instrucción angélica fue terminante:“no mires hacia atrás”. Pero la mujer de Lot miró hacia atrás, y quedó convertida en estatua de sal. Milenios más tarde Jesús recordaría este episodio, en el mismo contexto de inminentes catástrofes cósmicas y sociales: “acuérdense de la mujer de Lot, no se vuelvan atrás!”. Y en línea con su Evangelio constructor de futuro sentenciaría: “el que ha puesto su mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios”.
Esta sabiduría bíblica y cristiana encontraría eco y compañía en tradiciones, costumbres y leyes de numerosas culturas pre y post cristianas. En el año jubilar hebreo, celebrado cada 50 años, los esclavos recuperaban su libertad, las deudas quedaban extinguidas, los extranjeros podían retornar a su patria, y hasta a la tierra se le concedía descanso. La letra fría del derecho se inclinaba ante el primado de la sensatez y misericordia. La cultura helénica acuñó el concepto e institución de la Amnistía, término genialmente escogido para designar un perdón que sólo puede ser a través del olvido= amnesia. Y los romanos aportaron la figura del Indulto, tomada de la Indulgencia, es decir, la facilidad en perdonar o disimular las culpas, en virtud de una “gracia” que supera a la justicia. Finalmente la Prescripción, ese modo de adquirir derechos y de extinguir obligaciones por el transcurso del tiempo fijado en la ley cobró ciudadanía y se erigió en universal baluarte de esa certeza, sicológica y jurídica, sin la cual ni personas ni sociedades pueden construir futuro.
Estas coincidencias e insistencias en “no mirar atrás” se apoyaban en una sabia observación de la naturaleza. Ni la tierra, ni el alma del hombre soportan una sobrecarga de deudas, obligaciones, cuentas pendientes, heridas sin cicatrizar, ofensas que claman venganzas. Primitivamente se intentó acotar la relación entre justicia y gracia al nivel del talión: se debería asegurar, al menos, que la retaliación no superara la gravedad de la injuria. Pero no fue necesario esperar a Jesús y a su Evangelio de misericordia para constatar que tras la ley del talión se mal disimulaba un artificioso intento de manipular la literalidad de los preceptos en desmedro de su espíritu. Y el espíritu o razón de ser de la justicia es consolidar la paz. Por eso ya los romanos acuñaron su célebre “summus ius, summa iniuria”: si la invocación de la ley en su más estricto rigor termina sofocando el sentido último del derecho, que es construir la paz, entonces ese derecho ha degenerado en atroz injusticia.
Los pueblos maduros, inteligentes, aplican esta sabiduría para no vivir esclavos de su pasado. Los otros son momias de sal.
Esta sabiduría bíblica y cristiana encontraría eco y compañía en tradiciones, costumbres y leyes de numerosas culturas pre y post cristianas. En el año jubilar hebreo, celebrado cada 50 años, los esclavos recuperaban su libertad, las deudas quedaban extinguidas, los extranjeros podían retornar a su patria, y hasta a la tierra se le concedía descanso. La letra fría del derecho se inclinaba ante el primado de la sensatez y misericordia. La cultura helénica acuñó el concepto e institución de la Amnistía, término genialmente escogido para designar un perdón que sólo puede ser a través del olvido= amnesia. Y los romanos aportaron la figura del Indulto, tomada de la Indulgencia, es decir, la facilidad en perdonar o disimular las culpas, en virtud de una “gracia” que supera a la justicia. Finalmente la Prescripción, ese modo de adquirir derechos y de extinguir obligaciones por el transcurso del tiempo fijado en la ley cobró ciudadanía y se erigió en universal baluarte de esa certeza, sicológica y jurídica, sin la cual ni personas ni sociedades pueden construir futuro.
Estas coincidencias e insistencias en “no mirar atrás” se apoyaban en una sabia observación de la naturaleza. Ni la tierra, ni el alma del hombre soportan una sobrecarga de deudas, obligaciones, cuentas pendientes, heridas sin cicatrizar, ofensas que claman venganzas. Primitivamente se intentó acotar la relación entre justicia y gracia al nivel del talión: se debería asegurar, al menos, que la retaliación no superara la gravedad de la injuria. Pero no fue necesario esperar a Jesús y a su Evangelio de misericordia para constatar que tras la ley del talión se mal disimulaba un artificioso intento de manipular la literalidad de los preceptos en desmedro de su espíritu. Y el espíritu o razón de ser de la justicia es consolidar la paz. Por eso ya los romanos acuñaron su célebre “summus ius, summa iniuria”: si la invocación de la ley en su más estricto rigor termina sofocando el sentido último del derecho, que es construir la paz, entonces ese derecho ha degenerado en atroz injusticia.
Los pueblos maduros, inteligentes, aplican esta sabiduría para no vivir esclavos de su pasado. Los otros son momias de sal.
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