Medio Oriente: ¿Se aproxima el fin de la era autocrática?
- T+
- T-
María Ignacia Alvear C.
La renuncia del presidente de Túnez, Ben Ali, que estuvo en el poder por 23 años, desató una cadena de protestas en los países árabes donde los gobiernos autocráticos son la regla. A las revueltas en Túnez, le han seguido Egipto, Argelia, Yemen y Jordania, entre otros, encabezadas sobre todo por jóvenes que reclaman por el alza del precio de los alimentos, piden más oportunidades de trabajo y mejores condiciones de vida. Estos países en cierto modo han respondido a los reclamos populares tratando de calmar a la población (el rey de Jordania cambió al primer ministro y el actual presidente de Yemen dijo que continuaría en su cargo sólo hasta que termine el período en 2013), algo que no se ve con frecuencia en la región y que lleva a preguntarse si no estaremos viendo el fin de una era.
Los componentes para el estallido de una revuelta han estado presentes desde hace tiempo en la mayoría de los países árabes, pero los gobiernos supieron controlarlos a través de un mezcla de represión y subsidios, mientras implantaban reformas económicas diseñadas para estimular un crecimiento que elevara los estándares de vida. Sin embargo, parecen no funcionar más, y en el caso del gobierno del presidente egipcio, Hosni Mubarak, los egipcios ya no soportan una autoridad cuya legitimidad ha sido constantemente socavada por procesos electorales fraudulentos.
Las exigencias no han venido sólo del pueblo. Los gobiernos autócratas han estado bajo presión de Occidente desde la caída de la Unión Soviética para adoptar reformas democráticas. Hasta ahora, la excusa que han esgrimido es que con la democratización la zona terminaría bajo el poder de los islamistas y, una vez que éstos comiencen a gobernar, rechazarían la democracia e instalarían regímenes represivos que erradiquen los valores liberales de Occidente, tal como ocurrió en la revolución iraní de 1979. Mubarak ya ha usado este argumento, citando el ejemplo de Argelia, donde la liberalización política después de las revueltas por el precio de los alimentos en 1988 desencadenó en una guerra civil luego de que el ejército interviniera en 1992 para impedir que el
Front Islamique du Salut
sellara una victoria electoral.
El argumento de mantener estos sistemas políticos por miedo a la llegada de los islamistas está siendo socavado. Una vez más, es sobre gobernabilidad y lucha contra la corrupción, no sobre islamistas, comentó a Reuters el ex ministro de Relaciones Exteriores de Jordania, Marwan Muasher. Las razones que mencionan los expertos para explicar por qué la democracia no ha resultado en estos países apuntan a que la gran tasa de analfabetismo es una barrera para la participación política y permite que las viejas generaciones se aferren al poder; el control de los gobiernos de la riqueza producida por las mayores reservas de petróleo del mundo (de hecho, los países que no cuentan con petróleo, como Marruecos o Jordania, tienen instituciones democráticas relativamente más estables que sus vecinos); y la ausencia de su propia versión de la Reforma, que fue lo que abrió el camino a la democracia occidental, cita un artículo de The Economist.
Llamado a China
El actual escenario de protestas recuerda a lo vivido en China en 1989 en los incidentes de la plaza Tiananmen. Si bien la economía china es mucho más dinámica que la de Egipto y es poco probable que haya un efecto contagio, hay elementos que son similares a los que se ven en China: molestia popular ante la corrupción, efectos desestabilizadores provocados por el alza de los precios de los alimentos, desempleo juvenil, y una amplia brecha entre la elite gobernante y a quienes tratan de gobernar.
Los observadores aún apuestan a que las posibilidades del asentamiento de una real democracia en estos países siguen lejanas y que el recambio en el poder será para que la vieja elite siga gobernando. Uno de los resultados que se menciona como más probable es que las revueltas no deriven en la instauración de una democracia genuina, sino que haya un cambio de nombres en los gobiernos, sin transformaciones profundas en el sistema. Los mismos grupos seguirían al mando y, de paso, apagarían en Occidente los temores a una amenaza islámica. Otra opción es que los días de furia en El Cairo no tengan un efecto dominó en el resto del Medio Oriente, pero sí un impacto apreciable y los gobernantes deban redefinir el equilibrio entre libertad y control.