Núcleo

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 22 de junio de 2012 a las 05:00 hrs.
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La primera unidad de producción y consumo es la familia. Por ley natural de conservación y superación de la especie, el varón busca mujer y procrea hijos que aseguren descendencia y trascendencia. Los cobija en su casa, y para procurarles sustento cultiva su huerto, cría ganado, manufactura vestuario, instrumentos de labranza y trasporte, armas de caza y defensa. Delimita su territorio y ejerce posesión sobre sus bienes, de modo que esos hechos sustenten más tarde títulos de derecho que garanticen la continuidad y fruto de su trabajo. Tras esta primera etapa de relativa autosuficiencia, su economía doméstica se abrirá al intercambio de bienes con otras familias, por la vía del trueque o la compraventa. Las controversias e incertidumbres surgidas en el proceso harán necesario constituir un ente que, basado en las familias, reciba de éstas un poder regulador y decisorio donde no exista acuerdo, además de ejercer tareas de seguridad, defensa y administración que las familias por sí solas no podrían desempeñar.

Este sucinto relato descriptivo de la génesis del Estado ayuda a comprender por qué los documentos jurídicos universalmente reconocidos sitúan a la familia como el “núcleo fundamental de la sociedad”. El núcleo contiene virtualmente todo lo que un organismo vivo llegará a ser y permite anticipar su viabilidad, grado de desarrollo y sustentabilidad. De ahí que economistas modernos recomienden centrarse en la familia como el mejor modelo predictivo de la robustez o debilidad financiera de una nación.

La familia, en efecto, es el santuario en que nace, se nutre, se protege y se educa la vida. Sin vida no hay trabajo ni producción ni derechos que urgir o defender. En la familia se forma, además, la conciencia moral, el núcleo más íntimo de la persona humana, que permite discernir entre el bien y el mal y establecer la justa ecuación entre derechos y deberes, sacrificios y beneficios. Allí, en ese sagrario doméstico, empiezan a codificarse y solidificarse principios elementales como el de honrar la legítima autoridad, limitar la propia libertad en el respeto al derecho ajeno, defender la vida inocente, la propiedad, la honra, la veracidad, el pudor, la honestidad y responsabilidad sexual, cultivar la solidaridad con el desvalido, afirmar la primacía del bien común, construir o afianzar la paz por medio de la justicia. Sin este blindaje de convicciones normativas e irrenunciables, inculcadas a través del amor, todo sistema o estrategia de desarrollo carece de sustancia y queda expuesto al colapso. El más robusto modelo financiero se demostrará inviable si le falta el núcleo, el sustento moral que sólo la familia es capaz de proveer.

La Europa posmoderna ha optado por un desarrollo económico a costa de la familia. Por eso se ha puesto vieja. Sin vida, sin valores, sin fuerza nuclear. No la salvarán los Estados ni el euro. La salvación se forja en la familia.

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