Claudio Alvarado

Los complejos de La Moneda

Claudio Alvarado R. Instituto de Estudios de la Sociedad

Por: Claudio Alvarado | Publicado: Miércoles 28 de agosto de 2019 a las 04:00 hrs.
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Más allá de logros puntuales, como la aprobación de la modernización tributaria en la Cámara de Diputados, las últimas semanas han sido muy ingratas para La Moneda. Entre los dimes y diretes sobre la reforma laboral, por un lado, y la diatriba de la vocera de gobierno contra el PS, por otro, lo menos que puede decirse es que el Ejecutivo pierde una y otra vez el control de la agenda. ¿Cómo explicar este escenario? ¿Por qué se transitó con tanta rapidez desde la denuncia de inconstitucionalidad del proyecto de Camila Vallejos, a la aceptación tácita de su iniciativa? ¿Y cómo se articula ese pragmatismo, esa docilidad para ceder en aspectos aparentemente sustantivos, con el tono de la crítica proferida a los socialistas? ¿Se trata de hechos independientes o son parte de una misma dificultad?

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Estas interrogantes no admiten respuestas simples, pero lo cierto es que apuntan a problemas de larga data. Ellos se remontan al inicio del gobierno e incluso antes, a las semanas siguientes a la segunda vuelta presidencial. Apenas se nombró el equipo ministerial, la lectura de los medios, alimentada con orgullo y sin asco por el oficialismo, fue que ahora llegaba un gabinete “sin complejos”. De lo que se trataba, se suponía, era de ser tan duros como fuera posible con la oposición. Nadie representaba mejor ese ánimo que los entonces recién designados ministros Roberto Ampuero y Gerardo Varela.

Pero ya sabemos cómo les fue. Y no sólo eso. Además, esa dureza sencillamente no calzaba con los permanentes llamados al diálogo, los acuerdos y la “segunda transición”, en los que insistía con frenesí el piñerismo luego de retornar al poder. Esos llamados asomaban como una buena noticia considerando el recelo de la Nueva Mayoría por cualquier tipo de consenso, simbolizado para la eternidad en la “retroexcavadora”; pero ya anticipaban el riesgo de que el gobierno terminara impulsando un pragmatismo sin sello propio. Todo ello sin ganar en legitimidad ni imponer sus términos en las discusiones de fondo, y en paradójico paralelo con el estilo no dialogante del espíritu “sin complejos”.

Lo observado durante las últimas semanas pareciera responder exactamente a la misma dinámica. Por un lado, el oficialismo hace gala de un cambio de posturas tan falto de elegancia como de norte definido; por otro, esa actitud es simultánea a un lenguaje y un estilo que reivindican cualquier cosa, menos el talante de Patricio Aylwin y los primeros años de la transición. En rigor, las cosas están al revés. Luego de los innumerables problemas del segundo mandato de Michelle Bachelet y del contundente triunfo en el balotaje era lógico intentar un cambio de rumbo, tal como se prometía. Pero esto no significaba abrazar un tono poco republicano, sino subrayar prioridades claras y coherentes con la identidad del proyecto alternativo que se venía a ofrecer. Dicho tono dificulta la viabilidad política y legislativa de aquel proyecto, el cual, además, no sabemos en qué consiste a estas alturas.

¿Es tarde para que La Moneda intente rectificar? No necesariamente. Aunque el próximo año se inician los nuevos ciclos electorales, la mayor dificultad aquí no son los plazos, sino la falta de prioridades y narrativas consistentes e inequívocas; y el diseño del gabinete. Hay pocos políticos de peso, con escaso margen de autonomía y están recluidos a ministerios sectoriales. El resultado está la vista. Y, como siempre, el presidente tiene la palabra.

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