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Ese querido 49%

Tomás Sánchez V. Autor Public Inc., Investigador Asociado Horizontal

Por: Tomás Sánchez V. | Publicado: Jueves 7 de julio de 2022 a las 04:00 hrs.
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Tomás Sánchez V.

El 4 de septiembre sin duda será un día decisivo para nuestro país. Gane la opción que gane, marcará un punto de inflexión en nuestra historia. Más allá de la intención de voto de cada uno, la verdad es que ambas opciones esconden un acto de fe importante. Es decir, no sabemos a ciencia cierta qué pasará después de que gane el Rechazo o el Apruebo. Mucho podría ser reformado después de ambos resultados, tal como podría estancarse la evolución constitucional frente a un Congreso incapaz de formar acuerdos.

Si bien poco sabemos sobre el derrotero que tomaremos al día siguiente, sí podemos adivinar lo siguiente: el país quedará profundamente dividido. Por una infinidad de razones y emociones, miles de grupos organizados pujarán por su causa, levantarán sus banderas y gritarán al viento sus verdades. Identidades, territorios, derechos, desarrollo económico y gobernabilidad serán solo unas pocas de las consignas de lado y lado.

“No queda otra que prepararnos para ese desapacible domingo del plebiscito. Gane quien gane, que la tiranía de la mayoría no refriegue en la cara el resultado a quienes su única falta fue apostar distinto”.

Esta semana se ha dado rienda suelta a una multiplicidad de genuinas y legitimas motivaciones que lamentablemente el día de la elección se estrellarán con un teatro polar y antagonista. Un resultado dicotómico será un ingrato espejismo sobre la diversidad de nuestra tierra. Sin malas intenciones, la democracia nos reconocerá como adversarios a pesar de ser vecinos.

Por lo tanto, no queda otra que prepararnos para ese desapacible domingo. Tenemos dos meses por delante para armarnos de empatía. Evitemos que vencedores se transformen en victimarios. Que la tiranía de la mayoría no refriegue en la cara el resultado a quienes su única falta fue apostar distinto. No despreciemos a otros por el simple hecho de creer en algo diferente. Sino que justamente lo contrario: necesitaremos de toda la grandeza de la patria y de cada uno de nosotros para salir abrazar a un compatriota vencido.

Ese día, la actitud de quienes hayan alineado su voto con la mayoría, será determinante. Quizás mucho más que el mismo resultado. Las palabras que ese día escuchen quienes estén desilusionados, calarán hondo en ellos. Imprimirán un carácter duradero tanto si el resto del país los acoge o los deprecia. Con fuerza de trauma quedará grabada esa derrota, pero también, si al frente ve a alguien alegrarse mientras le extiende una mano o le da la espalda. Ese recuerdo perdurará, y sin duda marcará el tono del dialogo en la década constitucional que se inaugura. Cómo pocas veces, puede que el partido se defina en el primer minuto.

Esta no es una batalla por la gobernación de un territorio durante un par de años, sino que es una consulta que busca consensuar las reglas del juego con las que resolveremos nuestras diferencias. Es el rayado de cancha que necesitamos legitimar para dejar de discutir sobre la letra chica y pasar a levantar la cabeza para jugar mejor el partido. En esta ocasión, mágicamente todos pierden si es que la mayoría gana. Necesitamos comprender esto genuinamente. Solo así saldremos fortalecidos del proceso, transformando la crisis en resiliencia y aprendizaje, no en una victoria efímera.

Ese 49% no son nuestros adversarios, sino que nuestros compatriotas, que por un sinnúmero de legitimas motivaciones piensan distinto con la mejor de las intenciones. Aunque en el fragor de la campaña cueste recordarlo, no son el enemigo, son nuestros vecinos. Y la única certeza, es que a todos nos irá mejor y seremos más felices, si logramos poner nuestra nobleza por delante para consensuar un camino juntos respetando nuestras diferencias. Que esa noche no se nos olvide que necesitamos abrazar a todos en este camino que recién comienza.

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