A propósito de Richard Thaler
Jorge Quiroz Socio Principal de Quiroz & Asociados
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Jorge Quiroz
Esta semana, Richard Thaler fue galardonado con el Nobel de Economía por sus contribuciones a la “economía del comportamiento”.
A primera vista, esto de la economía del comportamiento parecería tener algo de idiotismo. ¿No era que la economía debía ocuparse del comportamiento de las personas? Si Thaler tiene el premio Nobel por dedicarse a la “economía del comportamiento”, ¿a qué han estado dedicados entonces el resto de los economistas?
Un poco de historia ayuda a entender. Adam Smith, el padre de la economía, nunca supuso que todos los seres humanos pudiesen ser teorizados como agentes absolutamente racionales. Smith habló del común rasgo humano de confiar desmedidamente en las propias habilidades e identificó tempranamente el sesgo por el presente, en desmedro por la provisión del futuro. En esto le siguieron también otros economistas, como Keynes, quien habló de los comportamientos de manada y de los “espíritus animales”, que influían sobre las decisiones de inversión.
Esta posición relativamente abierta hacia posibilidades menos racionales del comportamiento humano, tuvo una suerte de golpe de gracia a partir de Paul Samuelson, no por nada considerado “el padre de la economía moderna”. Samuelson demostró que si suponíamos que los agentes económicos tomaban siempre decisiones racionales de maximización de una función objetivo, entonces podíamos hacer inferencias más acotadas del comportamiento, y por lo mismo, susceptibles de ser luego verificadas empíricamente. De ahí en adelante, la disciplina abrazó el paradigma de la racionalidad como supuesto matriz del comportamiento humano. Así por ejemplo, tratándose de las regularidades observadas en el consumo, se prefirieron las explicaciones derivadas de modelos donde se suponían agentes económicos que maximizaban sus decisiones a lo largo de la vida (Modigliani, Friedman), en vez de otras de corte más sociológico (Duesenberry).
Ello fue refrendado por los influyentes “Ensayos en Economía Positiva” de Milton Friedman. Allí Friedman sostenía que no había que preocuparse por los supuestos de los modelos económicos, en este caso el de racionalidad; lo que había que hacer más bien era verificar si las predicciones de los mismos eran correctas, una idea que tomó prestada del filósofo Karl Popper.
Pasaron años, décadas, y los economistas, siguiendo a Samuelson y a Friedman, se empeñaron en construir “modelos”, donde invariablemente se suponía que el sujeto de estudio era un ser perfectamente racional, un “homo oeconomicus”, o un “econ”, no un ser humano. El “econ” calculaba sus decisiones racionalmente, poseía el don del autocontrol y preveía el futuro usando toda la información disponible, como si fuera un computador altamente sofisticado.
Pero el paradigma comenzó de a poco a mostrar sus grietas. No se trataba solo de curiosidades anecdóticas, como el de aquella persona que viaja arrepentido bajo lluvia torrencial a un hotel Boutique en Valparaíso porque “ya lo pagó”, sino de fenómenos de relevancia social. Las “burbujas”, en el campo financiero por ejemplo, son difícilmente explicadas por comportamientos enteramente racionales. Asimismo, la gente tiene a menudo una visión infundadamente optimista acerca del futuro, lo que las conduce a ahorrar menos hoy y lamentarse después. Thaler, junto a otros, ha traído de vuelta al humano a la ciencia económica.
Todo esto resulta muy pertinente en el contexto actual. Parece increíble que hoy en Chile, donde todo el mundo de pronto luce atribulado por el pensamiento (no enteramente racional) de una vejez miserable, la mediana de cotización de 40 años de una vida de trabajo sea solo 18. Inexplicablemente también, se encuentra que el 20% de los mayores de 65 años parece creer que los créditos de consumo son una fuente de recursos para sostener su nivel de vida (Encuesta CLAPES UC y DESUC). Ciertamente, un comportamiento muy impropio de “econs”. Lo que pasa, como diría Thaler, es que los chilenos, como otros, no somos “econs”, somos sólo humanos. Y toca entonces diseñar políticas para humanos, no para “econs”.