Han pasado 30 días desde que el entonces presidente electo
Barack Obama congregó a cerca de dos millones de personas a las afueras
del Capitolio en Washington, DC, para su ceremonia de ascenso a la Casa
Blanca.
Nunca antes las palabras "esperanza" y "cambio" habían
sido tan repetidas en la historia moderna de Estados Unidos. Pero la
luna de miel le duró poco al primer presidente negro de la mayor
economía del mundo.
Los primeros pasos
Ese
mismo martes 20 el mercado se enteró que las ventas del retail durante
noviembre habían caído 1,8%, su quinta baja consecutiva, y fueron
destruidos 2,58 millones de empleos en 2008.
El entusiasmo con
que la ciudadanía recibió al nuevo presidente no contagió a Wall
Street, que cerró con fuertes caídas, lideradas por el Dow Jones y el
Nasdaq.
A los pocos días ya estaba apagando incendios producto
de las malas cifras económicas, sentándose con las camisas arremangadas
a negociar con los Republicanos su apoyo en el Congreso, congelado los
sueldos de la Casa Blanca, y pasando uno que otro mal rato por la falta
de declaración de impuestos de más de uno de sus nominados al gabinete.
Finalizando
el primer mes del año, mientras los precios de las viviendas mostraban
caídas en picada -bajaron 18,2% en noviembre en 20 ciudades claves del
país- y la confianza de los consumidores parecía perdida (cayó a su
récord de 37,7 puntos en enero), Obama seguía presionando para que el
Congreso le aprobara su plan de estímulo. Le costó tres semanas lograr
que su propuesta de US$ 787 mil millones recibiera los suficientes
votos.
El espaldarazo demócrata fue unánime tanto en la Cámara
de Representantes como en el Senado, pero los republicanos se
encargaron de agüarle la fiesta al mandatario, poniendo condiciones
para su aprobación final.
En el intertanto, dejó la comodidad de
Washington para visitar los epicentros de la recesión estadounidense
como Elkhart, Indiana y Fort Myers, Florida, a sabiendas que el apoyo
popular sigue siendo su principal activo.
Fijando límites
Ciertamente
las grandes expectativas que motiva su figura continuaron firmes en
este período -las encuestas lo ubican con un 60%-70% de popularidad-
pero Obama tiene claro que esto tiene fecha de vencimiento. Aunque se
anotó un importante punto a su favor con la orden de cerrar en el plazo
de un año la prisión en la base naval de Guantánamo, en Cuba.
Mientras
que en el plano económico, Wall Street reaccionaba el 29 de enero con
euforia ante el plan de “banco tóxico” que pretendiá absorber los
activos más problemáticos de la banca estadounidense. Pero la fiesta
duró poco. Obama le quitó urgencia a la propuesta, en parte por su alto
costo: hasta a US$ 4 millones de millones.
Desde entonces que el escepticismo del mercado se hace notar.
Tampoco
ayudó que se le bajaran tres de sus principales nominados a componer su
equipo de asesores económicos, en gran parte por culpa de que no
pagaron impuestos. Primero fue Tom Daschle, su mentor en Washington y
estrecho amigo, quien retiró su postulación como secretario de Salud.
Las palabras de Obama al respecto en el programa de Anderson Copper en
CNN, "me equivoqué", dieron vuelta al mundo.
El anuncio siguió
al retiro de Nancy Killefer como subdirectora de la Oficina de
Administración y Presupuesto de la Casa Blanca, por el mismo motivo.
En tanto, su carta para la Secretaría de Comercio, el senador
republicano Judd Gregg, retiró su candidatura por no estar de acuerdo
con la política de la administración. Ciertamente ni el Congreso ni la
opinión pública le aceptaría otro asesor con problemas tributarios,
después de todo el escándalo que rodeó la confirmación del secretario
del Tesoro, Tim Geithner.
Geithner merece un capítulo aparte por
todas las críticas que ha recibido, desde que no está preparado para
liderar la salida de una recesión económica,hasta haber estropeado su
discurso sobre el nuevo plan de rescate del sector financiero.
Obama
se recuperaba de esto cuando la tasa de desempleo le recordó que la
economía sería su principal dolor de cabeza, al alcanzar 7,6% en enero.