Cuando hablamos de aborto es común pensar en lo que cierto político de centro izquierda ha denominado como "moral de calzón", es decir, toda aquella referencia a la bondad o maldad de ciertos actos que ocurren de la cintura para abajo. Tal distinción, además de vulgar, carece de sustento filosófico o ético alguno. La moral es una sola, por que el bien y el mal no admiten esa clase de categorías arbitrarias. Por la misma razón, cuando hablamos de aborto, no podemos entenderlo desvinculado de otras conductas en que se pueden observar los valores y principios de una sociedad.
El Gobierno justifica su proyecto de aborto, así como las 3 causales invocadas, en la supuesta "protección de la mujer vulnerable". Si ello fuera cierto, ¿cómo se entiende que no apoye de forma directa y con el mismo énfasis los 3 proyectos de ley presentados por Soledad Alvear, que van justamente en ese sentido? Sobre todo si consideramos la baja aprobación de la Presidenta, la pregunta se vuelve más interesante aún, puesto que apoyando a la líder democratacristiana lograría un apoyo transversal inédito y crucial en tiempos tan difíciles para su segundo mandato.
Un análisis político rápido, entonces, nos deja dos lecciones importantes. La primera, que la justificación del proyecto es falsa: el interés por sacar un proyecto de aborto (y no de acompañamiento, adopción y riesgo de vida de la madre; como plantea Alvear) es ideológico, no humanitario. Y la segunda, que esa ideología apunta a algo más profundo que la sola "moral de calzón".
La única forma de asesinar a un niño por nacer es despojándolo de la calidad de ser humano y de todos los derechos asociados. No es diferente, por cierto, a la discriminación de Hitler contra los judíos o los vejámenes sufridos por personas de piel negra.
¿Qué viene después? Nunca está demás recordar los errores del pasado para aprender de la historia y no tropezar nuevamente con ellos. La reforma agraria y la escuela nacional unificada hacen carne en la misma ideología que considera a unos más privilegiados que a otros. La estatización de los medios de producción y la supresión del mundo privado en la economía, también.
El aborto es sólo la punta del iceberg. Si toleramos como sociedad que a unos, los más indefensos, se les prive del principal derecho humano al antojo de un Gobierno que no desea transar, ni escuchar razones, no esperemos después razonabilidad cuando ese mismo Gobierno pretenda, en aras de la misma ideología, privar a los demás ciudadanos de otros derechos humanos importantes, como son la propiedad o la libertad de empresa.
Así como la moral no admite divisiones espurias, el aborto desde un punto de vista práctico conculca una serie de otros derechos vinculados. Para quien no desee perder su fuente de trabajo y aquellos largos años de esfuerzo, o la autonomía sobre su Familia y la calidad de ciudadano libre de la coacción ilegítima del Estado, recomiendo con todo énfasis tomar cartas en el asunto y disponerse a frenar la ley de aborto antes que sea necesario lamentar sus consecuencias.