Marcelo Forni

Sobran discursos, falta acción

Por: Marcelo Forni | Publicado: Jueves 3 de febrero de 2011 a las 05:00 hrs.
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En su columna habitual el destacado columnista de este diario, Alberto Etchegaray, plantea su inquietud ante la falta de discursos memorables. Menciona algunos a modo de ejemplo. Alberto tiene razón en el diagnóstico. No cabe duda que vivimos en una sociedad donde los buenos discursos escasean.



Cada vez es menos frecuente que se recurra a ellos para transmitir un mensaje, un proyecto, una idea o un planteamiento. Entendiendo el fondo de su preocupación, confieso tener una posición distinta. Lo que de verdad nuestra sociedad echa de menos no son los discursos, lo que verdaderamente pena es la falta de contenido y acción. El discurso, las cartas, las columnas son sólo formas de comunicación, simples medios usados para trasmitir contenidos y que sólo adquieren importancia en la medida que cumplen con su objetivo. La historia está repleta de discursos extraordinarios y emotivos, cuyo resultado no necesariamente ha sido beneficioso ni positivo. Se me vienen a la mente discursos de Hitler, Lenin, Castro y otros del estilo, que fueron el detonante de acontecimientos en la historia que nadie quiere volver a repetir. Paradojalmente, en la actualidad los discursos más emotivos, remecedores y extensos son aquellos que vociferan caudillos histriónicos de países en los que no hay espacio ni libertad siquiera para debatir los planteamientos que ellos hacen en los propios discursos. ¿Quién podría atreverse a decir que ellos generan un mayor debate de ideas? ¿Quién puede demostrar que esos discursos son convocantes, motivantes y gatillan transformaciones que mejoran la calidad de vida de esas sociedades?. Es evidente que los discursos no son buenos o malos per se, que algunos de ellos fueron importantes en su época, pero la realidad es que hoy, más o menos discursos, no aseguran un mayor diálogo, ni cambios positivos o progresos para la sociedad. Los discursos hoy no son atractivos porque el mundo funciona de una manera distinta. El discurso de Steve Jobs que menciona Alberto no es un conjunto de anuncios respecto de los nuevos productos de su imperio tecnológico, sino un simple pero conmovedor relato de su vida y de aquello que ha sido clave en su éxito. Es fácil advertir que Jobs no es un experimentado orador y el relato de su experiencia sólo fue presenciada por poco más de un centenar de alumnos de Stanford. ¿Qué es entonces lo que hasta hoy atrae de esa intervención el interés de millones de personas?. No hay dos respuestas: su atractivo y creíble relato y la posibilidad que tiene cualquier individuo en el mundo de acceder a él vía Internet. Vivimos en un mundo radicalmente distinto, en el que los ciudadanos cuentan con múltiples plataformas para exponer sus ideas y conocer las del resto. Incluso se puede debatir sobre las mismas. Es tan simple como tomar un celular o un computador y compartir, discutir, debatir o analizar con una persona a la que ni siquiera conocemos sobre un planteamiento o posición. Los grupos o seguidores que se reunen a través de estas herramientas digitales convocan a la acción. La verticalidad y monotonía del discurso comienza a ser desplazada por la horizontalidad y participación de Facebook, Twitter, flickr y tantos otros soportes digitales que hoy existen. Para los nostálgicos de los discursos esto puede ayudarles a aceptar con resignación su retirada.

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