Una y otra vez la centroderecha en Chile se ve enfrentada, y se equivoca, frente al mismo dilema. Oponerse a las malas ideas impulsadas por el gobierno, o, en su defecto, allanarse a ellas tratando de mejorar en el margen su implementación. Este fue el dilema en la tramitación de la reforma tributaria y recientemente en el proyecto (si puede llamarse así) de gratuidad universitaria de la administración Bachelet.
En ambas ocasiones la oposición transó y se equivocó garrafalmente.Creo que no vale la pena abundar mayormente en las razones de por qué considero que fue un error transar. Basta para ello mencionar que la gran reforma tributaria de Bachelet ya está en proceso de cambio antes de regir. Y respecto a la gratuidad universitaria, su nivel de improvisación, irresponsabilidad y falta de sensibilidad con los estudiantes solo basta graficarlo con el hecho de que fue aprobada durante el proceso de postulaciones a la universidad. Ambas reformas serán lastres para el país y estoy seguro que todos los parlamentarios de oposición que las aprobaron, comparten esta opinión.
Pero lo más paradójico es que la oposición se ha allanado a aprobar proyectos que surgen de ideas que no comparte y de los cuales existe un consenso generalizado, en todo el espectro político, de su deficiente diseño. Y lo han hecho a favor de un gobierno que no cuenta con la aprobación de la gente, ni con su confianza para realizar reformas. Un gobierno que es minoría y que ha demostrado total ineptitud no solo para hacer cualquier tipo de reforma, sino que para administrar razonablemente bien las cuestiones más básicas bajo su responsabilidad.
La pregunta entonces es qué razones pueden llevar a aprobar este tipo de reformas mal ideadas y peor diseñadas y cuáles pueden ser las consecuencias. Partiendo por las razones, se me ocurre aventurar al menos cuatro factores que pueden afectar el buen juicio de los honorables. Primero, no hay duda que es difícil ser oposición. Es ingrato jugar al rol del que se opone a los cambios al statu quo y se requiere valentía, visión y habilidad política, para soportar el bullying, tres atributos escasos en su conjunto. En segundo lugar está la presión por el “mal menor”. Oponerse a algo que se cree malo, o colaborar para mejorarlo en el margen, logrando un “mal menor”. Este es casi un dilema ético, y es algo que explotan bien los grupos de interés, como fue el caso de los gremios empresariales en la reforma tributaria. En tercer lugar está el efecto de los “díscolos”, ese eterno incentivo a figurar como alguien moderado (o tonto útil diría yo) que puede romper sus filas, tender una mano y sacarse una foto. Finalmente, está el que quizás sea el más importante. El oportunismo. La visión cortoplacista de creer que lo importante es llegar a ser gobierno y que “París bien vale una misa”… olvidando lo obvio. Que como gobierno no se puede hacer lo que no se defendió.
¿Y cuáles son las consecuencias? La primera y más obvia es que con sus votos la oposición se hace parte de reformas que ya están haciendo mucho daño al país y particularmente a las familias más vulnerables, que verán sus sueños y expectativas truncadas por un país que no crece y por oportunidades que ya no existen.
Si lo anterior no fuera grave, la segunda consecuencia es aún peor. Con su actuar la oposición pavimenta su propio camino a la irrelevancia, y con ello, también la defensa de las ideas que debiera representar. Porque no puede pretender ganar legitimidad si un día declaró que la gratuidad universal es una mala política pública y al día siguiente la aprobó. Y sin legitimidad, no hay proyecto político que subsista.
Pero nunca es tarde para enmendar el rumbo. Si algo bueno tiene el actual gobierno para los defensores de la libertad y de la sensatez, es que provee de continuas oportunidades para poner estos estandartes en alto y para defenderlos. Y dada su ineptitud, esas oportunidades vienen normalmente acompañadas de un rechazo generalizado que desborda los cercos normalmente estrechos de la centroderecha. Hoy en el país hay más opositores que gobiernistas, y ello crea interesantes espacios para construir proyectos políticos más amplios que dan esperanzas de que el ciclo político cambie pronto. Al menos ese es mi pensamiento optimista para empezar este 2016.