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¿Por qué tanta defensa de la propiedad privada?

Felipe Schwember Faro UDD

Por: Felipe Schwember | Publicado: Viernes 17 de junio de 2022 a las 04:00 hrs.
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Felipe Schwember

En un vídeo que circuló ampliamente por redes sociales se ve al convencional Daniel Stingo preguntando airadamente a un grupo de personas que tuvieron la osadía de contradecirlo: “¿Por qué tanta defensa de la propiedad privada? No entiendo”. Lamentablemente, el convencional no está solo en su ignorancia, pues desde hace ya tiempo parte importante de su sector político viene mostrando la más pasmosa incomprensión acerca de instituciones tan importantes como la propiedad, el mercado y la democracia.

Es fácil demostrarse desaprensivo con la propiedad —sobre todo con la ajena— cuando en efecto vivimos bajo un ordenamiento jurídico que la protege. Eso cambia rápidamente en los escenarios en que esa protección se debilita o, peor, se esfuma. Con un poco de esfuerzo puede rápidamente comprenderse por qué.

“Es fácil mostrarse desaprensivo con la propiedad, sobre todo con la ajena. Pero la preocupa-ción por lo propio no es una mera expresión de egoísmo o ruindad”.

Imaginemos que nadie tiene la propiedad, sino solamente el uso de los bienes. Imaginemos, para ser más precisos, que un convencional sale por la mañana de su casa a predicar las iniquidades de un sistema de propiedad privada. Cuando vuelve por la noche, encuentra gente en ella, gente a la que ha convencido durante la mañana: “Esto no le pertenece a nadie, así que hoy dormiremos aquí. Lamentablemente, no quedó lugar para ti. Ve a otra parte”. Sería enojoso, ¿no?

La preocupación por las “cositas” -por emplear la expresión de la diputada Orsini- no es una mera expresión de egoísmo o ruindad. Cabe imaginar, por ejemplo, a dicho convencional muy nervioso si, después de varios días, lo embarga la incertidumbre de saber dónde dormirá. La solución sería, claro, no abandonar nunca su casa. Ni sus demás cosas: ropa, enseres, etcétera. El auto presentaría grandes dificultades, pues el solo hecho de estacionarlo podría entenderse como un abandono y una invitación a que otros lo usen.

Pero ¿habría autos? ¿Habría intercambios, ofertas de bienes y servicios, etcétera, en un mundo así? No se puede intercambiar lo mío donde nada es mío, y en ese escenario las “cositas” se agotarían rápidamente. Quienes reniegan de la propiedad y el comercio, normalmente quieren que imaginemos todos los vicios que se podrían erradicar en un mundo en que éstas han desaparecido. Sin embargo, en un mundo sin oportunidades y asolado por la penuria es altamente improbable que, en un acceso permanente de solidaridad, la gente se atropelle para que otros usen las cosas antes que ellas.

Claro, todo esto es un ejercicio imaginativo, infame, podría objetar alguien, pues los detractores de la propiedad privada no reniegan de la propiedad personal, sino sólo de la propiedad de los medios de producción. Lástima que el convencional Stingo no haya hecho la distinción. Pero un lapsus lo tiene cualquiera. Además, la nueva Constitución consagra el derecho de propiedad “casi” tan eficazmente como la actual.

Eso sí, el destino de los medios de producción está en duda: habrá que ver cómo se las arreglan los privados compitiendo con las empresas públicas de carácter nacional o regional. Si les va mal, no será culpa de nadie que tales medios —o muchos de ellos— terminen en manos del Estado y sus organismos, ¿o no?

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