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Columnistas

Revolución y Constitución

Henry Boys Presidente Fundación Soñando Chile

Por: Equipo DF

Publicado: Martes 3 de noviembre de 2015 a las 04:00 hrs.

Somos testigos de un conflicto social en aumento. Se nos habla mucho de los “derechos del individuo”, pero la conciencia de los “deberes de la persona” de cara al Bien Común de la sociedad nos resulta esquiva. Muy fácil es marchar, pero nadie se hace cargo del costo que tienen las consignas.

Todo lo que está pasando, con honrosas excepciones, responde a un diseño programático cuidadosamente calculado que pretende reconfigurar, en medio de la vorágine social que paraliza a Chile, un nuevo país sobre la base de estructuras de pensamiento importadas que transforman conciencias y, desde allí, la realidad misma. Esto no es otra cosa que el cambio cultural tan anhelado por ciertos académicos progresistas que llevan trabajando en ello más de una década y que ven en la quimera de una “nueva constitución” la oportunidad precisa para dar su golpe de gracia.

Conocidas son sus “escuelas de formación” (¿o debería decir deformación?), desde las cuales han conseguido instalar a muchos de los asesores jóvenes que hoy trabajan en los famosos “segundos pisos” del Ejecutivo. Son ellos, desde esta red que cuidadosamente han ido tramando, quienes hoy dictaminan una asamblea constituyente y no están dispuestos a transar ni en el mecanismo a utilizar, ni en los objetivos que se pretenden con la misma.

Una reforma constitucional supuestamente democrática que ha sido ideada –y sigue siendo conversada, planificada y desarrollada– a cuatro paredes, completamente ajena a la base social que debiera ser parte de la actualización de nuestra carta si, por supuesto, fuera en realidad necesario actualizarla.

Poco nos dicen estos “líderes en las sombras” sobre la experiencia comparada (e histórica), que demuestra que jamás se ha creado una carta fundamental por vía originaria sin un cisma social que le diera origen y la consecuente imposición autoritaria de la parte vencedora, la cual se encuentra personificada con frecuencia en la figura de un caudillo populista. Si no, pregúntenle a nuestros vecinos de Bolivia que han visto cómo Evo Morales se frota las manos pensando ya en un tercer período presidencial acaparando el poder, legitimado por una asamblea constituyente que tuvo rasgos tan “participativos” que hoy no le conocemos oposición.

Es imposible en la práctica obtener textos constitucionales consensuados sino por reformas paulatinas, institucionales y mesuradas, que permitan ir dotando a las Cartas Magnas –todas, sin excepción, en su origen ilegítimas– de aquella importante legitimidad de ejercicio que permite restaurar la unidad y la paz social que hoy se encuentran en entredicho.

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