Desde que Rodrigo Valdés asumió como ministro de Hacienda se supo que la prueba de fuego de su relevancia sería la discusión de la Reforma Laboral. Si demostraba ser capaz de enrielar el debate hacia el sentido común y el interés de largo plazo de los trabajadores, su llegada al gabinete habría tenido sentido. De lo contrario, su paso por el gobierno sería una anécdota para el país.
Ya pasados varios meses desde su incorporación, la realidad es que poco o nada de fondo ha cambiado. Más allá de imprimir un discurso de mayor responsabilidad y gradualidad en el ambiente, en la práctica nos hemos quedado sólo con el discurso. El presupuesto 2016 no es responsable, ya que profundiza un déficit que no nos llevará por buen camino y la gradualidad se traduce en avanzar en la misma dirección que antes, pero a una velocidad algo menor.
En el ámbito laboral, quizás lo más importante es que Valdés lentamente ha variado su posición respecto de la Reforma desde una clara crítica inicial al proyecto, hacia una moderada justificación, por no decir vanalización de sus consecuencias. En este proceso de adaptación a la fuerza de los hechos, terminó cocinando lo que él sabe no es una buena receta para el país: quitar libertad a los trabajadores para entregarle mayor poder a los sindicatos.
Porque, la verdad, a estas alturas vale la pena sincerar la discusión laboral. El objetivo final de esta Reforma no es mejorar las condiciones de los trabajadores, ni hacer más participativa la relación trabajador–empleador, ni mucho menos facilitarle el acceso al trabajo a aquellos que no lo tienen. El objetivo es otro bien simple: se trata de reasignar cuotas de poder en el mercado del trabajo.
Si los objetivos fueran los recién mencionados, el gobierno y el ministro Valdés habrían considerado la opinión de la mayoría de economistas y expertos de izquierda, centro y derecha, chilenos y extranjeros, que se han manifestado en contra de los elementos más nocivos de la legislación propuesta: la prohibición de reemplazo en huelga y la titularidad sindical. Opiniones que no se basan solamente en ideas, sino que en un cúmulo de experiencias acumuladas en diversos países del mundo.
Pero el gobierno no los ha escuchado. La pregunta es ¿por qué? En mi opinión, la respuesta es simple. Esto no se trata del bienestar de los trabajadores, esto se trata de poder. Y no hay que confundirse. Lo que está en juego es quién controla los sindicatos y a través de ellos, partes del sistema productivo. Por ello, los argumentos técnicos chocan con una pared de ideología y de insensibilidad.
Y ello explica también por qué son el Partido Comunista y el ala izquierda del Partido Socialista quienes defienden con uñas y dientes la reforma tal como está. Los Comunistas saben de esto y entienden perfectamente que la Reforma Laboral es su forma de obtener una cuota de poder permanente que nunca serían capaces de lograr participando en elecciones competitivas y abiertas en el sistema democrático.
Las consecuencias de este traspaso de poder son evidentes. Mayor conflictividad, menor inversión, un mayor sesgo hacia inversión en capital por sobre personas y actividades productivas poco intensivas en personas. En suma, malas noticias para el país, especialmente para los trabajadores menos capacitados y para los jóvenes.
Y es aquí donde el ministro Valdés debiera empezar a sacar bien sus cálculos. Sin duda una pasada como ministro de Hacienda de Chile suma bastante al curriculum, pero me atrevería a decir que una pasada que valide una reforma como la que está ad portas de ser aprobada será una mancha, más que un flor. No hay que ser muy estudioso para saber que ningún país ha logrado algo distinto a fracasos políticos y sociales de la mano del Partido Comunista.
Pero más allá de lo que decida hacer el ministro o los diputados y senadores que están por validar lo que saben inconveniente para sus electores, lo interesante es que la Reforma Laboral, si es aprobada en los términos actuales, abrirá una nuevo campo activo de lucha política: los sindicatos.
Tomen nota los políticos y empresarios, porque en esa carrera el Partido Comunista partió antes, va con ventaja y está dispuesto a todo.