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REGÍSTRATE AQUÍPor: Equipo DF
Publicado: Jueves 7 de octubre de 2010 a las 05:00 hrs.
La formación de la nación chilena en el siglo XIX tuvo muchas dimensiones interesantes: la construcción de instituciones republicanas, la fiesta cívica del 18 de septiembre, la necesidad de contar la historia con un sentido patriótico, las guerras triunfantes del país, el desarrollo de la prensa y otros tantos medios de los cuales fue emergiendo el patriotismo y la identidad nacional. En ese contexto cobraron especial importancia los emblemas nacionales: la bandera, el escudo y el himno nacional. Precisamente en este último símbolo de la chilenidad participó Eusebio Lillo (1826-1910), uno de los grandes poetas del primer siglo republicano. Era, en realidad, un hombre polifacético: periodista además de bardo, destacado político y promotor de las ideas liberales. No cabe duda, sin embargo, que su momento culminante y su fama posterior proviene de haber completado la letra de la Canción Nacional de Chile, escrita originalmente en 1819 por Bernardo de Vera y Pintado, poco después del logro de la Independencia contra las tropas de la monarquía. Precisamente por ese contexto el himno original era profundamente antiespañol, como se apreciaba en muchos versos, en los que se hablaba de “tiranos”, los “monstruos”, “vil invasor”, “déspota vil” y otras fórmulas que rechazaban los siglos de dominación. Con el paso del tiempo y las nuevas relaciones de Chile con el mundo -y también con España- esas frases aparecían como excesivas o poco amistosas, según hizo ver el representante diplomático peninsular Salvador de Tavira en 1847. Él proponía moderar el lenguaje y dejar en el pasado “las innobles pasiones de una época aciaga”, para extinguir así “los odios y rencores”. El gobierno le pidió al joven Eusebio Lillo preparar los nuevos versos del himno chileno. Como recuerda Rafael Pedemonte, el poeta terminó su tarea antes del 18 de septiembre de 1847. Se podía apreciar más moderación y amistad con la Madre Patria, como se expresa en los siguientes versos: “Ha cesado la lucha sangrienta/ ya es hermano el que ayer invasor”. Lillo también aprovechó de sumar algunas loas al Ejército, considerando seguramente las glorias de 1818 así como la victoria más reciente contra la Confederación Perú-Boliviana: “Vuestros nombres, valientes soldados, que habéis sido de Chile el sostén, nuestros pechos los llevan grabados lo sabrán nuestros hijos también”. El joven poeta, por otra parte, no modificó el coro original de Vera y Pintado, que se canta hasta hoy: “Dulce patria recibe los votos/ con que Chile en tus aras juró/ que la tumba serás de los libres/ o el asilo contra la opresión”. Con ello, el Himno Nacional quedaba con dos autores, reflejos ambos de su época y de la evolución republicana. Eusebio Lillo, después de esta creación, continuó en la vida política del país y se convirtió en una figura cultural y social de relevancia, como alcalde, intendente, ministro y Senador de la República. El presidente José Manuel Balmaceda le confió su famoso Testamento Político, reflejo de sus últimos pensamientos tras la trágica guerra civil de 1891. “Yo no quería escribirla”, comentó Lillo en 1905 sobre el encargo de modificar la Canción Nacional, argumentando que la consideraba hermosa y representativa de su momento histórico. Don Eusebio murió cinco años después, en el año del Centenario, con la fama de haber sido co-autor de la canción patriótica por excelencia.