Estados Unidos debería evitar una nueva guerra fría con China
La rivalidad debe gestionarse racionalmente para proteger el futuro del mundo. La fricción podría ser más perjudicial de lo estimado.
Por: Martin Wolf
Publicado: Miércoles 31 de octubre de 2018 a las 04:00 hrs.
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¿Cuál ha sido el evento más importante hasta ahora de 2018? Podría decirse que fue el discurso del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, sobre las relaciones entre su país y China, el 4 de octubre.

Él declaró la intención de EEUU de enfrentar a una China en ascenso en todos los ámbitos: sobre su “interferencia en la política estadounidense”; sobre sus políticas comerciales y de inversión, el presunto robo de propiedad intelectual y los planes de desarrollo industrial; sobre sus ataques cibernéticos; sobre seguridad; sobre su “diplomacia de la deuda” y “cultura de la censura”. El objetivo sería “restablecer la relación económica y estratégica de EEUU”, dijo, “para finalmente poner a EEUU en primer lugar”.
El exprimer ministro de Australia, Kevin Rudd, experto en China, niega que estemos frente al inicio de una “nueva Guerra Fría”.
Está en lo cierto, si eso significa un conflicto bélico idéntico al que hubo entre EEUU y la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. Pero estas diferencias, aunque reales, no son tan alentadoras. La fricción entre EEUU y China podría ser incluso más perjudicial que la Guerra Fría. Ésta última, al menos, se mantuvo relativamente “fría”, a diferencia de las dos guerras mundiales que le precedieron. Además estuvo ampliamente limitada a ideología y seguridad.
El daño que un conflicto entre EEUU y China podría hacer a la gestión de bienes comunes y a la prosperidad mundial podría ser enorme, en parte porque los dos países están muy interrelacionados. Una nueva rivalidad estratégica también podría “calentarse”, por ejemplo, sobre temas como Corea del Norte, Taiwán o el Mar Meridional de China. Recordemos que la Guerra Fría estuvo cerca de calentarse por Cuba, en 1962.
Conflicto profundo y duradero
Guerra fría o no, este conflicto estratégico se ve profundo y duradero. “(Nosotros) no vamos a ceder hasta que nuestra relación con China se base en la imparcialidad, la reciprocidad y el respeto por la soberanía”, dijo Pence.
¿Quién va a juzgar cuándo se logre este nirvana? Estados Unidos, por supuesto, es la respuesta. ¿Bajo qué circunstancias podría estar de acuerdo en alcanzar su objetivo? Dado el maniqueísmo de gran parte del pensamiento estadounidense, una respuesta verosímil es: no antes de que China colapse. Hay que tener en cuenta, también, que la decepción con la trayectoria de China no se limita a la derecha.
Significativamente, Kurt Campbell y Ely Ratner, funcionarios de la administración de Barack Obama, han argumentado en Asuntos Exteriores que el “compromiso” con China ha fallado en convertirlo en el país política y económicamente abierto que EEUU esperaba.
En resumen, parece que estamos al comienzo de un conflicto duradero entre EEUU y China.
EEUU dice que desea transformar a China. China teme, con algo de razón, que EEUU quiere detener su ascenso. Pensadores “realistas” en asuntos internacionales argumentarán que el conflicto no es una sorpresa: en el anárquico mundo de las políticas de grandes poderes, tal lucha por la primacía es inevitable, argumenta John Mearsheimer de la Universidad de Chicago. A menudo sobreviene la guerra, responde Graham Allison de Harvard.
Estas profecías pueden ser “realistas”. Pero el comportamiento también podría ser una locura. Quizás la Primera Guerra Mundial fue inevitable, pero, ¿quién cree que fue una buena idea?
EEUU tiene buenas razones para evitar el conflicto abierto, declaró Pence. Una razón es que, a diferencia de la Unión Soviética, China no es en verdad un rival ideológico, excepto en la medida en que encarna la autocracia que admira el presidente Donald Trump. Otra razón es que es probable que el conflicto sea costoso, incluso si se evita la guerra abierta, como argumenta el erudito chino-estadounidense Minxin Pei.
¿Quién cree ahora que EEUU libraría tal conflicto racionalmente? Las políticas comerciales destructivas de Trump refuerzan las dudas, así como sus ataques a sus aliados. EEUU también necesita reconocer que China tiene grandes activos: el tamaño de su población, el dinamismo de su economía, y su importancia como mercado para muchos países. Por supuesto, también tiene muchas debilidades significativas. Pero la esperanza de que China simplemente se rendirá o desaparecerá, como lo hizo la Unión Soviética, es absurda.
Gestión de la rivalidad
¿Cómo entonces podría gestionarse la rivalidad? Sugeriría cinco principios.
Primero, reconocer que China no es “nuestra” para hacer o rehacer. Pertenece a los chinos y a nadie más.
Segundo, tener en cuenta que es probable que la organización política de China siga siendo diferente a la de Occidente indefinidamente. Hoy, lamentablemente, parece que volveremos a parecernos más a China que al revés.
Tercero, enfocar la atención en conductas precisas y medibles que afectan a otros, y hacerlo de manera consistente y con principios. No buscar detener el desarrollo de China. Eso es claramente incorrecto.
Si queremos que China obedezca las reglas comerciales, ¿qué tal si lo hacemos nosotros también? Si queremos que reconozcan los derechos de propiedad intelectual, ¿por qué no admitir que estos pueden ser excesivos y onerosos? Si queremos hacer una diferencia en derechos humanos, ¿qué hay de reconocer nuestras propias fallas? Los chinos conocen la hipocresía cuando la ven.
Cuarto, reconocer que China es un rival de alguna manera, pero también un socio vital y esencial. Mantener la estabilidad de la economía mundial y gestionar el cambio climático será imposible sin la cooperación con China. No establecer la relación principalmente sobre la rivalidad estratégica. Equilibrar el poder de China cuando sea necesario, mientras se coopera cuando sea esencial.
Quinto, entender el valor de las alianzas. Esto es sobre confianza. Si EEUU desea alentar a los países a resistir la invasión china a su soberanía, debe considerarse un aliado confiable. No ha sido así bajo el mandato de Trump.
Finalmente, tener confianza en nuestros valores de libertad y democracia. Entender que se depende de la creación de nuevas ideas, no de la protección de las antiguas. Eso, a su vez, depende de la libertad de investigación y la apertura a los mejores talentos de todo el mundo. Si los países occidentales pierden esto, perderán el futuro. Nuestro enemigo no es China. Como el mejor presidente de EEUU del siglo XX declaró: “A lo único que le debemos tener miedo es al miedo en sí mismo”.
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