¿Por qué los CEO no deberían dirigir el mundo?
Justo antes de que Estados Unidos invadiera Irak en 2003...
- T+
- T-
Por Simon Kuper
Justo antes de que Estados Unidos invadiera Irak en 2003, estaba debatiendo el tema con un amigo que es un emprendedor multimillonario. “Por supuesto que deberíamos invadir. El Medio Oriente no puede empeorar, por lo que si se puede cambiar algo, necesariamente será para mejor”, dijo. No sé qué me sorprendió más: si la rareza de su argumento o su seguridad para expresarlo. Él estaba sufriendo de lo que yo llamo la “falacia del CEO”: la creencia de que si se maneja una compañía de manera exitosa, se puede manejar un país.
La campaña presidencial de Mitt Romney descansa sobre la “falacia del CEO”. Como Romney dice, “otras personas en esta carrera han debatido sobre la economía... pero yo de verdad he estado en ella”. Sin embargo, eso es una falacia. Para citar a Larry Summers, ex consejero de Barack Obama, ahora profesor en la Kennedy School de Harvard: “La idea de que se pueda extrapolar del nivel de los negocios al de la economía nacional me parece una profunda confusión”.
La falacia del CEO dice así: los empresarios exitosos administraron bien sus naves y ganaron dinero. Nosotros, el país, queremos manejar bien el barco y ganar dinero. Los hombres de negocios saben cómo hacerlo, por eso deberían gobernar. Por esto es que los primeros admiradores de la administración de George W. Bush lo llamaron “la presidencia del CEO”.
El gobierno del Reino Unido no dejaría a un profesor de literatura medieval supervisar al sector petrolero, pero tiene a John Browne, ex ejecutivo de BP, para encargarse de la educación universitaria británica.
En la falacia del CEO, el CEO presenta una biografía parcial en la que él mismo sale adelante sin ayuda, en un mercado libre perfecto, algo que más gente podría hacer si tan sólo “el gobierno dejara de estorbar”. La biografía raras veces incluye el contexto: el hecho, por ejemplo, de que el padre del CEO dirija la American Motors Corporation, o que el gobierno haga que se respeten sus contratos, construya caminos y educa a sus empleados. (Una forma de corregir la falacia del CEO es considerar lo que pasa a los emprendedores en Congo: mueren de cólera a los 48 años).
La falacia del CEO es relativamente nueva. Durante siglos, fueron los soldados y los clérigos los que administraban los Estados. Quizás el cambio comenzó en 1974, cuando una oscura reunión de empresarios en Davos, el “Foro de Administración Europea”, invitó por primera vez a políticos. Gradualmente, en la era Reagan-Thatcher, los negocios pasaron a ser “el mundo real”. Hoy, Davos es donde los CEO le dicen a los políticos cómo gobernar al mundo.
Pero los políticos deberían ser cuidadosos. Una compañía no es una economía. Stefan Szymanski, mi gurú económico de la Universidad de Michigan, dice: “La mayoría de los economistas serían muy claros en decir que eso es una pobre analogía”.
La analogía fracasa por muchas razones, pero sobre todo, porque administrar una economía -ya ni pensar en un país- es de una complejidad completamente distinta que manejar una firma. Un CEO generalmente sólo tiene un objetivo: obtener ganancias. Un presidente tiene muchos objetivos.
El experto en complejidad, Vince Darley, agrega: “al dirigir la mayoría de las compañías se está tratando de hacer una cosa extremadamente bien. Se tiene un producto principal, o una base principal de clientes. Una economía es mucho más complicada. Se están mirando cientos de cosas, algunas de ellas en conflicto”. Darley acota que cuando las empresas abordan múltiples objetivos, generalmente fracasan. Por eso es que los conglomerados pasaron de moda. Muchas compañías no pueden ni siquiera sobrevivir a pequeños cambios en su único nicho.
Cuando Romney manejaba compañías, recortaba costos. Pero, como Summers destaca, eso no funciona para todas las economías. Si una firma recorta costos, se beneficia. Si todas las firmas recortan costos, la economía se contrae y nadie se beneficia.
¿Podrían los CEO hacer más eficientes a los gobiernos? Darley responde: “Las compañías intentan obtener el mejor acuerdo posible, más por menos, pero eso no es lo que significa ser presidente. El presidente es el estratega. Sería genial tener esa habilidad de eficiencia en los mandos medios de la burocracia federal”. De hecho, cuando el exitoso agricultor de maní Jimmy Carter llevó sus habilidades a la presidencia, terminó como un temido microadministrador que supervisó incluso la programación de la cancha de tenis de la Casa Blanca.
La falacia de los CEO se relaciona con la “falacia del dinero”: la noción de que la vida es una carrera por ganar dinero, y que las personas ricas poseen una sabiduría especial. Esto se expresó con precisión en un argumento que se barajó cuando los “Indignados” se tomaron Wall Street: las personas con tiempo para protestar deben ser perdedores cuyas visiones no importan. La falacia del dinero ha impulsado recientemente a varios ex alumnos de Goldman Sachs a altos cargos de gobierno, desde Mario Monti en Italia a Mario Draghi en el Banco Central Europeo y Jon Corzine, ex gobernador de Nueva Jersey.
El colapso del Fondo Global MF de Corzine podría no afectar la falacia del dinero, tal como la falacia del CEO ha sobrevivido al reinado de Silvio Berlusconi en Italia. De hecho, ambas falacias se han vuelto populares a medidas que los votantes se cansan de los políticos profesionales.
Extrañamente, Romney posee experiencia relevante para la presidencia: fue un gobernador respetado de Massachusetts. Pero no puede mencionar eso porque ahí introdujo la atención de salud universal. Pese a ello, dada la confusión popular, la falacia del CEO podría pavimentarle el camino.